Qué es América latina hoy, ayer estuvo claro. Tan claro, que
fue Suramérica la que estuvo representada en Bariloche. La hegemonía
norteamericana en décadas pasadas fue tan fuerte y fue a la ayuda de clases
dominantes tan obtusas, aquí y allá, que la retirada histórica de las
respectivas dictaduras dejó a la región, en una larga primera etapa, en un sopor
de corrupción y negociados.
Nuestras democracias fueron tan deseadas, que a su vez ese deseo envolvió,
como un biombo o como una máscara, las barbaridades que las clases dirigentes de
esa primera etapa cometieron casi sin pudor.
Bolivia tuvo un presidente que no hablaba ni siquiera español, sino inglés.
Brasil tuvo a Collor de Mello. Por Perú pasó Fujimori, que disolvió el Congreso.
Ecuador no se privó de excentricidades. Por aquí, la pizza con champagne y las
vedettes en Olivos matizaban los atentados terroristas, la voladura de Río
Tercero, el tráfico de armas, los sobresueldos, y después el aire alzheimer de
un presidente radical que hizo reír en el programa de Tinelli matizó los
sobornos en el Senado para arrasar con los derechos laborales, y sigue siendo
más recordado que los muertos del 20 de diciembre.
La cumbre de Unasur fue, además de todo lo que se consigna en otras notas,
una lección de política. Los presidentes y las presidentas que ayer llegaron a
un documento consensuado representan el vibrante regreso de la política a esta
región, Suramérica, una palabra que llega del pasado pero alumbra una instancia
tan nueva que necesita, claro, no ser solamente aquella América latina a la que
la clase dominante hondureña, más que sus militares, le prestó el adjetivo de
“bananera”.
Lo hemos visto recientemente, con Micheletti y sus seguidores. Han dicho que
Obama es “un negrito que no sabe nada”. Han fraguado delitos que Zelaya no
cometió. No estaba ni cerca de proponer ser reelecto, como sí hará el presidente
colombiano Uribe. Es que las clases dominantes típicamente latinoamericanas son
así. Si es necesario usar a los militares, y pueden, los usan sin problema. Es
raro que si pueden no los usen. Más bien, si recurren al golpe de mercado o al
acorralamiento mediático, siendo la clase dominante la poseedora de todos los
medios de comunicación, es porque las cosas han cambiado tanto que ahora hay,
como dijo Evo ayer en Bariloche, “fuerzas armadas que son de la democracia”.
Si bien nuestras clases dominantes típicamente latinoamericanas son educadas
en la cultura que les pertenece y las refuerza –algún origen, hace apenas
doscientos años–, hemos podido comprobar, sólo con ver cuándo y por qué motivos
Estados Unidos decide ir a la guerra, que lo que las pone en acto
indefectiblemente siempre es un motivo económico. Algo relacionado con la
propiedad de las cosas. Nuestras clases dominantes tienen inscripto en la sangre
que el pueblo nunca les sacará nada. Aunque se trate de algo que no les
pertenece, de algo de lo que ellos se apropiaron. A eso le llaman
confiscación.
Si uno se pone a soñar con Suramérica, sueña con una región que haya dejado
en el pasado a las bananas, y con ellas a todos los horribles personajes
bananeros que deambulan por las derechas latinoamericanas. Esos capangas que
plantan café, caña o soja, esos oscuros abogaduchos de familias tradicionales,
esos repetidores consuetudinarios de mentiras sobre la patria, el pueblo o los
pobres.
Uno no sueña en ese sentido muy diferente de lo que alguna vez, en diversas
materias, soñaron los habitantes de países soberanos.
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/subnotas/130783-42147-2009-08-29.html