Plan Mérida, Plan Colombia, bases navales y
radares, por un lado; crisis económica, violencia y criminalidad social,
por el otro. ¿Cuánto tiempo más podrán soportar nuestros Estados, y
particularmente las empobrecidas poblaciones mesoamericanas, esta tensa
ecuación geopolítica y socioeconómica? Una doble tenaza empieza a
cerrarse, de Sur a Norte, sobre el espacio político, social y cultural
mesoamericano.
Uno de sus brazos es visible en las diversas
maniobras estratégicas de la geopolítica estadounidense sobre los
territorios que se extienden de México a Colombia; y el otro, en la
progresiva descomposición de las condiciones de vida de una región
amenazada por el narcotráfico, la violencia social y la criminalidad, y
los problemas estructurales que se traducen en magros avances en materia
de desarrollo humano. Distintos acontecimientos de las últimas semanas
refuerzan esta tesis. Veamos.
Por el eje Sur, al acuerdo
Wáshington-Bogotá para el uso de siete bases militares colombianas por
parte del ejército de Estados Unidos, se suma ahora el acuerdo
Wáshington-Panamá, que se firmará en los próximos días y permitirá la
instalación de dos bases navales estadounidenses en Bahía Piña, provincia
del Darién, en lo que constituye un agravio al espíritu de los tratados
Torrijos-Carter (1977) y, especialmente, a la lucha histórica del pueblo
panameño contra la ocupación militar norteamericana.
Aunado a esto,
la reactivación de dos radares de alta tecnología del Comando Sur en la
costa del pacífico norte de Costa Rica y la dotación de $15 millones
dólares para los cuerpos policiales de este país [1], señalan el
protagonismo que, en el diseño de su estrategia geopolítica, le asigna
Wáshington a tres aliados de esta zona: los presidentes Álvaro Uribe,
Ricardo Martinelli y Oscar Arias.
Por el eje Norte, el Plan Mérida
-hermano menor del Plan Colombia- encuentra el clima adecuado para su
avance, a horcajadas entre la doctrina de seguridad nacional y la guerra
-¿infinita?- contra el narcotráfico, en la misma medida en que
Centroamérica se convierte, según lo asegura un reciente informe del
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)[2], en la región
más violenta del mundo: una condición que bien podría invitar a los
gobiernos del área a seguir el mal ejemplo del gobierno de México, al
enviar las fuerzas armadas a combatir la delincuencia en estados
(provincias) y ciudades -posibilidad que actualmente analiza el presidente
de El Salvador, Mauricio Funes-, o bien, para retomar las nefastas e
ineficaces políticas de seguridad de mano dura.
En el plano
político, a la inestabilidad que ha socavado a los gobiernos de Guatemala
y Nicaragua en los últimos años, le siguió el golpe de Estado en Honduras
–apoyado por la derecha estadounidense y centroamericana–, que no solo
derrocó a un presidente legítimamente electo, sino que asestó un duro
golpe a las expectativas populares de cambio social y al proyecto de
integración de la Alianza Bolivariana de las Américas.
Temerosas de
ser sobrepasadas por la ola progresista y nacional-popular
latinoamericana, las oligarquías y grupos empresariales centroamericanos
han desatado una furiosa reacción antipopular disfrazada de un
antichavismo paranoico que, como sucede en Costa Rica con la persecución
política de las Bases de Paz venezolanas (alentada desde la Embajada de
Estados Unidos en San José), intenta coartar los espacios de organización,
pensamiento y acción política de movimientos sociales, organizaciones y
partidos con posturas críticas frente a la dominación
neoliberal.
Desde el punto de vista económico, diversas
informaciones sugieren que lo peor de la crisis financiera mundial apenas
estaría por llegar a Centroamérica, donde se espera un dramático aumento
del desempleo en los próximos meses (hasta cerrar en 470.000 puestos de
trabajo perdidos en 2009, según la OIT[3]) y una importante reducción de
las remesas, estimada en 1.000 millones de dólares por la Secretaría de
Integración Centroamericana[4].
Súmense a lo anterior los negocios
transnacionales que se enmarcan en los tratados de libre comercio y el
desarrollo del Proyecto Mesoamérica (antiguo Plan Puebla Panamá, ahora
ampliado hasta Bogotá), y se completará el cuadro de la condición
neocolonial y de dependencia económica que caracteriza, hoy, a un arco de
países donde abundan dos tipos de recursos esenciales para el capitalismo
global neoliberal: mano de obra abundante, barata, en algunos casos
bastante especializada, y sometida por necesidad a los dictados del
mercado; y valiosísimas fuentes de recursos estratégicos (Mesoamérica
alberga el 7% de la biodiversidad total del planeta, y dispone de petróleo
y otras fuentes de energía sumamente apetecidas, como el
agua).
Como puede apreciarse, se trata de un escenario complejo en
el que, a la par de las iniciativas del poder imperial estadounidense para
reforzar su dominio en la región, dada la pérdida de hegemonía en América
Latina frente a Brasil y Venezuela, se multiplican de modo incontrolable
los síntomas de una de potencial ruptura sistémica: por ejemplo, en las
cada vez mayores dificultades que enfrenta el modelo neoliberal
mesoamericano para contener el descontento social, reproducir su base de
apoyo popular y satisfacer las necesidades más elementales de la
población, como trabajo, educación, salud y comida.
¿Cuánto tiempo
más podrán soportar nuestros Estados, y particularmente las empobrecidas
poblaciones mesoamericanas, esta tensa y conflictiva ecuación geopolítica
y socioeconómica?
Creemos que a partir del desenlace de la crisis
en Honduras, por su efecto didáctico para el conjunto de la región,
podrían empezar a perfilarse las posibles respuestas a estas
interrogantes: o los brazos de la tenaza del neoliberalismo
oligárquico-imperial se cierran definitivamente para afirmar sus
privilegios y sujetar a los de abajo, o el protagonismo de los pueblos y
movimientos en lucha logra, por fin, abrir caminos de esperanza para una
región que sobrevive en medio de promesas y cientos de miles de vidas
rotas.
Notas[1] Véase: "EE.UU reactivará radar
antinarco en Guanacaste", La Nación (Costa Rica), 07-10-2009, disponible
en: http://www.nacion.com/ln_ee/2009/octubre/07/sucesos2115424.html; "Los
radares y las mentiras", Fuchs, Gustavo, en NuestraAmérica.info,
14-10-2009, disponible en:
http://www.nuestraamerica.info/leer.hlvs/5533
[2] Así lo establece
el informe "Abrir espacio a la seguridad ciudadana y el desarrollo
humano", presentado por el PNUD en distintas ciudades centroamericanas la
semana anterior. El documento en formato PDF puede descargarse en la
siguiente dirección: http://www.pnud.org.sv/2007/
[3] "Remesas a
Centroamérica caerán este año en más de $1,000 millones", La Prensa
Gráfica (El Salvador), 21-10-2009, disponible en:
http://www.laprensagrafica.com/economia/nacional/67678-remesas-a-centroa...
[4]
"Centroamérica perderá al cierre del año 470.000 empleos", El Nuevo Diario
(Nicaragua), 16-10-2009, disponible en:
http://www.elnuevodiario.com.ni/internacionales/59533