Ayer se cumplieron 65 años del ataque
nuclear de Estados Unidos a la ciudad de Hiroshima, una monstruosidad sin
precedentes que, tres días después, se reiteraría al arrojar otra bomba atómica
sobre la ciudad de Nagasaki. En un primer recuento ambas deflagraciones mataron
unas 220.000 personas, 140.000 en Hiroshima y 80.000 en Nagasaki. La abrumadora
mayoría de las víctimas fueron civiles, dado que para ese entonces las dos
ciudades no albergaban significativos contingentes militares. Aproximadamente la
mitad falleció de inmediato, el mismo día de los bombardeos.
En su edición de ayer al dar cuenta del nuevo
aniversario el New York Times comenta que las víctimas instantáneas murieron a
causa de la excepcional intensidad de la explosión que literalmente vaporizó sus
cuerpos, dejando apenas espectrales huellas y sombras en las pocas paredes que
quedaron en pie. El resto fue falleciendo a lo largo del tiempo a causa de
horribles quemaduras y los efectos de la radiación, que los condenó a una lenta
y dolorosa agonía. El recuento actual de las víctimas que murieron a causa de
los dos bombardeos llegaba, en el año 2008, a poco más de 400.000 personas y es
muy probable que la cifra aumente levemente en los próximos años. Hasta el día
de hoy, los de Hiroshima y Nagasaki son los únicos ataques nucleares de la
historia, pero la desorbitada proliferación de armamentos nucleares hace temer
por una reiteración de tan trágica experiencia.
De hecho, la flota naval estadounidense-israelí que se
encuentra al acecho en el estrecho de Ormuz, dispuesta a atacar a Irán, dispone
de un formidable arsenal atómico.
El comandante Fidel Castro alertó sobre el riesgo de un
holocausto nuclear y le advirtió al presidente Barack Obama que una vez que dé
la orden de atacar se pasaría el punto de no retorno y se desencadenaría un
conflicto internacional de incalculables y lúgubres proyecciones. Por otra
parte, existen fundadas sospechas de que las siete bases militares que Alvaro
Uribe puso a disposición de Estados Unidos puedan también contar con armamento
nuclear. Por algo hay una enconada resistencia a que una delegación de la Unasur
pueda inspeccionar dichas bases.
No es exagerado afirmar que la historia del terrorismo
de Estado comienza con la agresión nuclear norteamericana al Japón. Si de armas
de destrucción masiva se trata Estados Unidos se lleva las palmas sin competidor
a la vista, y su bombardeo a dos poblaciones indefensas constituye, sin dudas,
el más grave y salvaje atentado terrorista de la historia de la humanidad. Lo
anterior no obsta, sin embargo, para que sus sucesivos gobiernos se sientan con
la autoridad moral como para acusar y condenar a muchos países –entre nosotros,
Cuba y Venezuela– por “fomentar el terrorismo”; tampoco les plantea ningún
dilema ético el hecho de dar abrigo dentro de sus fronteras a Luis Posada
Carriles, terrorista probado y confeso y a muchos de sus compinches, mientras
encierran en prisiones de máxima seguridad a los cinco héroes cubanos que
luchaban contra el terrorismo y procuraban desbaratar sus siniestras
maquinaciones.
La conmemoración realizada ayer en Hiroshima contó con
un ingrediente especial: es la primera vez que un embajador de Estados Unidos
participa en un evento de este tipo. ¡El criminal no da muestras de
arrepentimiento y sí de soberbia y desprecio! Los representantes diplomáticos,
funcionarios y autoridades norteamericanas tradicionalmente evitaron participar
de la misma por temor a que su presencia pudiera reencender el debate sobre el
pedido de disculpas que Washington debería hacer por su monstruoso crimen, cosa
que Estados Unidos jamás hizo. Tampoco lo hizo con Vietnam, país cuyo territorio
fue arrasado tras once años de bombardeos que costaron unos 3.000.000 de
víctimas, en su inmensa mayoría civiles. Y tampoco lo hizo por minar los puertos
de la Nicaragua sandinista en la década de los ochenta, o por el medio siglo de
agresiones y sabotajes, con sus secuelas de muertos y heridos,descargado sobre
Cuba. El imperialismo es así, y es inútil esperar que
cambie.
Para justificar su brutal agresión Washington dice que
el bombardeo atómico ahorró miles de vidas de soldados americanos y japoneses
que habrían muerto durante la inevitable invasión a Japón. Sin embargo, son
muchos los que, mismo en Estados Unidos, argumentan que haber arrojado la bomba
atómica en alguna isla desierta del Pacífico habría surtido el mismo efecto
disuasorio sobre el alto mando japonés y que, por lo tanto, decidir arrojarlas
sobre Hiroshima y Nagasaki fue un acto de inhumana y gratuita crueldad. Durante
la ceremonia del día de hoy algunos manifestantes reclamaron que Estados Unidos
pidiese perdón al Japón y retirara sus bases militares allí, reclamo al cual
Washington presta oídos sordos. Conviene recordar una sentencia de Albert
Einstein en relación con los peligros de una nueva conflagración nuclear: “Si la
tercera guerra mundial se hace a golpes de bombas atómicas, los ejércitos de la
cuarta guerra mundial combatirán con mazas”.
*Politólogo.