Asunto: | [GAP] El reto de Johannesburgo | Fecha: | Viernes, 23 de Agosto, 2002 03:10:12 (-0500) | Autor: | Ricardo Ocampo <redluz @...............mx>
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From: "Ana Rosa Moreno" <morenoar@...>
Date: Thu, 22 Aug 2002 23:19:11 -0500
Subject: El reto de Johannesburgo
El reto de Johannesburgo
Wolfensohn afirma que es urgente hacer algo por la inmensa pobreza en el
mundo
Por JAMES D. WOLFENSOHN * / Grupo Reforma
Washington, D.C. , Estados Unidos (22 agosto 2002).- En marzo pasado, en el
marco de la cumbre de la Organización de las Naciones Unidas celebrada en
Monterrey, se exhortó a los países pobres a comprometerse a mejorar sus
políticas y sus prácticas de gobierno, a cambio de las promesas de los
países ricos de incrementar su ayuda y abrir sus mercados.
La Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible que tendrá lugar en
Johannesburgo la semana próxima ofrece una oportunidad de pasar de las
palabras a los hechos.
¿Qué debe esperar el mundo del encuentro de Johannesburgo? Quizá la mejor
forma de responder a esta pregunta sea mirar hacia adelante e imaginar la
clase de mundo que queremos, no sólo ahora, sino para nuestros hijos y los
hijos de nuestros hijos.
¿Vamos a dejarles el legado de un mundo más pobre, con más personas
hambrientas, un clima errático, menos bosques, menos biodiversidad y más
inestabilidad social que el mundo de hoy? Según el nuevo Informe sobre el
desarrollo mundial 2003 elaborado por el Banco Mundial, en los próximos 50
años la población del planeta podría expandirse en un 50 por ciento, hasta
alcanzar la cifra de 9 mil millones de personas, y el producto interno bruto
mundial podría cuadruplicarse y llegar a US$140 billones. Dadas las
tendencias actuales de producción y consumo, si no diseñamos mejores
políticas e instituciones, las tensiones sociales y ambientales amenazan con
desviar de su curso las iniciativas en favor del desarrollo y deteriorar el
nivel de vida de la mayoría de la gente.
Las políticas de desarrollo tendrán que estar aún más orientadas a proteger
nuestros bosques, nuestros mares y nuestra fauna -y a mejorar su
productividad- si queremos que los pobres puedan cerrar la brecha de
desigualdad que se ha abierto en los últimos 50 años. Políticas desacertadas
y una gestión pública deficiente han contribuido a los desastres
ambientales, a la creciente desigualdad de ingresos y a las revueltas
sociales en algunos países, lo que a menudo ha dado lugar a profundas
carencias, desórdenes y oleadas de refugiados que huyen del hambre o de las
guerras civiles.
Si seguimos por el camino que llevamos, las señales no parecen muy
alentadoras. En el año 2050, la producción mundial de dióxido de carbono se
habrá triplicado, en tanto que 9 mil millones de personas -3 mil millones
más que ahora, la mayoría en países en desarrollo-necesitarán del agua del
planeta, lo que inevitablemente pondrá mayor tensión en nuestros recursos
acuáticos, ya al límite de su capacidad. Mientras tanto, con una necesidad
de alimentos más que duplicada, el panorama se presenta sombrío para
regiones como África, cuya producción alimentaria crece actualmente a un
ritmo más lento que la población. Todo ello en un mundo en el que ya pesa la
amenaza de extinción sobre el 12 por ciento de las especies de aves y sobre
la cuarta parte de las especies de mamíferos.
Alrededor del mundo, mil 300 millones de personas viven ya en tierras
frágiles -zonas áridas, humedales y bosques- que no pueden sustentarlas. En
el año 2050, por primera vez en la historia, habrá más gente viviendo en las
ciudades que en las zonas rurales. Sin una mejor planificación, las
tensiones ocasionadas por la inmigración y por los cambios de población en
todo el mundo podrían generar nuevas revueltas sociales y una desesperada
competencia por recursos ya escasos.
Sin embargo, estas tendencias presentan también algunas oportunidades, si
los líderes y los responsables de las políticas mundiales que se reunirán en
Johannesburgo tienen el valor de comprometerse a adoptar medidas firmes en
los próximos 10 a 15 años, y mantienen su compromiso. La mayor parte del
capital e infraestructura -viviendas, establecimientos comerciales,
fábricas, carreteras, servicios de suministro eléctrico y de agua- que
necesitará esta creciente población en los próximos decenios no existe
todavía. Si mejoramos las normas, aumentamos la eficiencia y desarrollamos
medios de toma de decisiones más participativos, podremos construir este
patrimonio con menores tensiones sobre la sociedad y el medio ambiente. De
la misma manera, conforme disminuya el ritmo de crecimiento de la población,
el crecimiento económico se traducirá más directamente en una reducción de
la pobreza y en mayores ingresos per cápita; eso, si el desarrollo de los
próximos decenios se conduce de manera que no se destruyan los recursos
naturales sobre los que se sostiene el crecimiento ni se erosionen valores
sociales fundamentales como la confianza.
Debemos luchar por alcanzar los objetivos de desarrollo del milenio, que
trazan un mundo en el que la pobreza se habrá reducido a la mitad para el
año 2015, y con ello sentaremos las bases para un círculo virtuoso de
crecimiento y desarrollo humano en las naciones pobres del mundo.
Si el ingreso per cápita en el mundo en desarrollo creciera un promedio de
3.3 por ciento por año, en 2050 llegaría a US$6 mil 300 anuales, casi un
tercio más que en los países de ingreso mediano alto actualmente. Sin
embargo, ese crecimiento es considerado ya como un objetivo modesto por
algunos líderes del mundo en desarrollo. En los dos últimos decenios hemos
visto crecer muchos países de Asia oriental a una media anual de casi el
doble de la anterior.
¿Qué repercusiones puede tener esto sobre el común de la gente? Sus
necesidades humanas básicas de cobijo, alimentos y ropa podrían ser
cómodamente satisfechas. La esperanza de vida aumentaría hasta los 72 años
en los países pobres, frente a una edad promedio actual de 58 años en las
naciones con el ingreso más bajo. El número de niños que mueren antes de
cumplir los cinco años bajaría espectacularmente, y el número de personas
que saben leer y escribir aumentaría hasta cerca del 95 por ciento.
Por supuesto, este notable crecimiento económico representaría enormes
riesgos potenciales para el medio ambiente natural, riesgos que alcanzan un
grado máximo en los países en desarrollo. Puesto que las naciones ricas son
los mayores consumidores de nuestros recursos comunes, tienen la especial
responsabilidad de ayudar al mundo en desarrollo a hacer frente a estos
riesgos.
Todos debemos juntos proteger nuestros bosques y mares de la
sobreexplotación. Debemos detener la degradación del suelo y garantizar el
uso eficiente de nuestros recursos hídricos.
Debemos proteger los ecosistemas y su diversidad biológica, pues son el
sostén de todos los bienes y servicios esenciales para nuestras sociedades.
Debemos limitar las emisiones de las fábricas, los automóviles y los
hogares. Ésa es la razón por la que el logro de un desarrollo sostenible
representa un desafío de carácter local, nacional y mundial.
Los países en desarrollo tienen que fomentar la democracia, la integración y
la transparencia al tiempo que construyen las instituciones necesarias para
gestionar sus recursos. Los países ricos deben aumentar su ayuda, apoyar la
reducción de la deuda externa, abrir sus mercados a los exportadores de los
países en desarrollo y ayudar a transferir las tecnologías necesarias para
prevenir las enfermedades y, especialmente, para aumentar el uso eficiente
de la energía y reforzar la productividad agraria.
La sociedad civil por su parte puede dar voz a intereses dispersos y ofrecer
una supervisión independiente de la actuación de los sectores público y
privado y de las entidades no gubernamentales. Un sector privado con
responsabilidad social, apoyado por un buen gobierno, debería poder generar
incentivos para que las empresas pudieran compatibilizar la defensa de sus
intereses con el progreso hacia los objetivos sociales y ambientales. Por su
parte, la comunidad internacional debe trabajar unida en aspectos de interés
mundial, como el cambio climático y la biodiversidad.
Si salvaguardamos prudentemente nuestros recursos vitales, entre los que es
fundamental el medio ambiente y la estabilidad social, alcanzaremos las
tasas de crecimiento esenciales para reducir la pobreza de forma duradera.
Sería irresponsable de nuestra parte alcanzar los objetivos de desarrollo
del milenio en 2015 sólo para tener que enfrentarnos a ciudades caóticas,
recursos hídricos menguantes, un aumento de las emisiones y aún menos
tierras cultivables para sustentarnos.
--- *El autor es el presidente del Banco Mundial.
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