Asunto: | [GAP] =?ISO-8859-1?Q?Peque=F1o_cuento_de_amor?= | Fecha: | Miercoles, 10 de Noviembre, 2004 16:00:28 (-0300) | Autor: | mbelvede <mbelvede @....cl>
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Que la Luz del Insondable Misterio nos acoja a to
dos. Que el amor del
Insondable Cristo Cósmico nos tran
sforme.
En la magnitud enorme de los Tiempos, un por
tón oxidado por las edades se
abre para toda la humani
dad, como una posibilidad recogida desde todos los
camin
os, desde el olvido y el nuevo recuerdo, desde la opo
rtunidad para
todas las almas.
M¡s all¡ de toda som
bra terrestre, se levantó un Árbol de sublime estatura,
sobre cuya copa resplandeció siempre el sol. Sus ra
íces envolvieron este
viejo mundo penetrando hasta sus
honduras, y se nutrieron de esa mezcla de
vida telúric
a y humana que levantó su savia en una espiral de luz.
En ese Árbol se desplegó la sabiduría de las
épocas, en follajes de
resplandeciente verdor, y lo
s p¡jaros encontraron allí rincones nuevos
donde can
tar dulcemente.
He allí las lomas de la Tierra, que
asoman a la imaginación con la gracia
ondulante de sus
caminos. Cu¡nto hemos amado cada línea, cada sendero,
cada
pozo de agua que nos brindó su frescura. Cómo
fue bueno encontrar otras
manos y otros ojos para recor
rer las abruptas avenidas.
Las curvas de radiante
luz emanaban de la Tierra en amables ondas,
fug¡nd
ose hacia los rincones del universo, y unos grillos
en espacios
verdes y profundos cantaban una nueva can
ción. “La Inmensidad viene”, “la
Inmensidad vien
e”, cantaban, y repetían el estribillo de su noble can
ción.
“Que el Hombre salga de su cueva, que salga a
jugar en el resplandor nuevo
de su corazón”, “Que s
alga a jugar en los jardines de Atanor, para pasar al
d
a de nunca jam¡s, el día en que sólo me sonreir¡s
... y seguían cantando
los grillos ...
Y los grillo
s que cantaban se abrazaban. Y los verdes follajes compre
ndían.
Y las cuevas por el estremecimiento se abr
ían. Y los Hombres salían a
jugar.
La Inmensidad
llegó. Penetró por un corazón roto y cubrió las llan
uras y
montañas de la Tierra Toda. Y nuevos brot
es salieron a la luz y todo
pareció restañar sus heri
das con el b¡lsamo radiante que escurría desde el
cora
zón indemne de la Inmensidad.
Te abrazo, le decía
el Olmo al Abedul. Te abrazo, le decía la Alondra al
C
olibrí. Te abrazo, le decía una Hermana a un Hermano. Y
las aguas formaron
cordones transparentes para abraz
arse también por todas partes de la
Tierra. Las m
ontañas extendieron nuevos valles y se abrazaron a trav
s de
ellos. Y el rojo y el azul, el dorado y el magenta
, también se abrazaron, y
un gran arcoiris vibró con
transparencias de colores en todos los espacios
de todos
los abrazos.
Así, en aquella Tierra de antaños hor
rores, donde la crueldad y la soledad
se habían cebad
o un día, floreció aquel Árbol, aquél Árbol que estr
emecía
con su dulce Luz. El Árbol alcanzó las estr
ellas y después, m¡s hondo en
las alturas, alcanzó
a Dios. Dios era Inmenso. La Inmensidad del Amor, la
Inm
ensidad de lo Eterno, la Inmensidad del Misterio.
Cuan
do el Árbol hubo envejecido, miles de pajarillos venía
n a recogerse en
la ternura de sus ramas, a cantar en su
s hojitas doradas. Los animalitos de
todo el cosmos ven
ían a recogerse a sus pies y millones de hadas y duendes
construían casas entre sus raíces. Los seres humano
s nutrían esas raíces,
engarzadas en su Tierra ama
da, y les cantaban las m¡s dulces melodías,
hasta qu
e las raíces se mecían por la emoción del amor
y las ondas
encantadas subían hasta la última de
las ramas, que miraba de frente a
Dios. Los seres
humanos amaban, y al amar tanto, cristalizaban
t
ransparencias inauditas, que parecían flores, que pare
cían versos, o tal
vez una oración. Y así fue c
reciendo la Tierra en un nuevo albor de
Espíritu Radi
ante y Misterioso.
Cuando el Árbol viejo murió,
pasó su Alma Crística a una increíble
dimensión
, llev¡ndose los recuerdos de su largo caminar con lo
terrestre,
con lo humano, sus recuerdos de todas las ori
llas, de todos los amaneceres,
de todas las promesas,
de los eternos abrazos. El Árbol amante esperaría,
esp
eraría donde estuvo la mayor de sus ramas, esperaría
entre los ojos de
Dios, a que aquél planeta volviera,
como vuelve al éter el perfume de una
flor.
Entre
tanto, la Madre Tierra viajó por nuevas edades, y un nu
evo Árbol en
ella floreció, y sus ramas se alzar
on al cielo buscando una nueva
Inmensidad, una dorad
a Inmensidad ...
“Que el Hombre salga, que salga
a jugar con la nueva flor, con la nueva
flor de su cora
zón ...
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Para mis hermanos y hermanas,
Myli
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