Asunto: | [GAP] Balance del pontificado de Juan Pablo II | Fecha: | Viernes, 22 de Abril, 2005 11:41:34 (-0500) | Autor: | Anahuak Home <redanahuak @...............mx>
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From: Santiago Merino <lavozdelasestrellas@...>
Date: Sun, 10 Apr 2005 01:59:11 +0200
Subject: La otra cara del papa
Recibido de Nueva Humanidad
From: m@...=0
08 de Abril de 2005
Las contradicciones del Papa
Balance del pontificado de Juan Pablo II
Ante el silencio del Papa muerto, se escuchan voces para nada novedosas
contrarias a su pontificado. Aunque la línea editorial de este medio no se
compadece con los conceptos vertidos por el teólogo disidente que firma esta
nota, PyD la publica invitando a sus lectores a reflexionarla.
Escribe Hans Küng
Un envío del Pbro. Dr. Leonardo Belderrain
En apariencia, el papa Juan Pablo II, que ha luchado activamente para acabar
con la guerra y la represión, es un símbolo de esperanza para quienes
anhelan la libertad. En realidad, su mandato antirreformista ha sumido a la
Iglesia católica en una crisis de credibilidad histórica. La Iglesia
católica está en una situación desesperada. El Papa ha muerto y merece toda
la simpatía del mundo. Pero la Iglesia tiene que seguir adelante y, ante la
perspectiva de la elección de un nuevo Papa, necesita un diagnóstico, un
análisis sin adornos y desde dentro. De la terapia ya se hablará más
adelante. Muchos se asombraron ante la resistencia del jefe de la Iglesia
católica, este hombre tan frágil, parcialmente paralizado, que, a pesar de
toda la medicación, casi no podía hablar. Le trataron con una veneración que
nunca dedicarían a un presidente de EE UU o un canciller alemán en situación
similar. Otros, en cambio, se sintieron engañados por un hombre del que
pensaron que se aferró tercamente a su puesto y que, en vez de aceptar la
vía cristiana hacia la eternidad, utilizó todos los medios a su disposición
para mantenerse en el poder en un sistema fundamentalmente antidemocrático.
Incluso para muchos católicos, este Papa que, en el límite de su fuerza
física, se negó a abandonar el poder, es el símbolo de una Iglesia
fraudulenta que se ha calcificado y se ha vuelto senil detrás de su fachada
relumbrante. El espíritu alegre que predominó durante el Concilio Vaticano
II (de 1962 a 1965) ha desaparecido. Su perspectiva de renovación,
entendimiento ecuménico y apertura general al mundo hoy parece haberse
nublado, y el futuro no es nada halagüeño. Muchos se han resignado o incluso
se han apartado, por la frustración que les provoca una jerarquía encerrada
en sí misma. Como consecuencia, numerosas personas se enfrentan a una
alternativa imposible: seguir las reglas o dejar la Iglesia. Sólo podrá
empezar a haber nuevas esperanzas cuando las autoridades eclesiásticas de
Roma y el episcopado cambien de rumbo y se dejen guiar por la brújula del
evangelio.
Uno de los escasos atisbos de esperanza ha sido la postura del Papa contra
la guerra de Irak y la guerra en general. Asimismo se destaca, y con razón,
el papel que desempeñó el Papa polaco en la caída del imperio soviético.
Pero también es cierto que los propagandistas papales exageran enormemente
su contribución. Al fin y al cabo, el régimen soviético no se derrumbó
gracias a él (hasta la llegada de Gorbachov, el Papa había logrado tan poca
cosa como ahora en China), sino que se vino abajo por las contradicciones
sociales y económicas inherentes al sistema. En mi opinión, Karol Wojtyla
no es el mejor Papa del siglo XX, pero sí el más contradictorio, desde
luego. Un Papa con muchas cualidades y que ha tomado muchas decisiones
erróneas. Para resumir su mandato y reducirlo a un denominador común: su
"política exterior" exige a los demás la conversión, la reforma y el
diálogo, pero eso contrasta enormemente con su "política interior", dedicada
a restaurar la situación anterior al concilio, obstruir las reformas, negar
el diálogo dentro de la Iglesia y establecer el dominio absoluto de Roma.
Esta misma contradicción se ve en muchos ámbitos. Sin dejar de reconocer
expresamente los aspectos positivos de su pontificado, en los que, por
cierto, se ha hecho hincapié de sobra desde las instancias oficiales, me
gustaría centrarme en las nueve contradicciones más llamativas:
Derechos humanos.
De puertas hacia fuera, Juan Pablo II ha defendido los derechos humanos,
pero dentro se los niega a obispos, teólogos y, sobre todo, a las mujeres.
El Vaticano -en otro tiempo enemigo resuelto de los derechos humanos pero,
hoy en día, de lo más dispuesto a intervenir en la política europea- no ha
firmado aún la Declaración de Derechos Humanos del Consejo de Europa. Antes
tendría que enmendar demasiados cánones del derecho eclesiástico, una ley
absolutista y medieval. El concepto de la separación de poderes, la base de
toda la práctica legal moderna, no existe en la Iglesia católica. El debido
proceso es una entidad desconocida. En las disputas, un mismo órgano
vaticano sirve de abogado, fiscal y juez. Consecuencia. Un episcopado
servil y unas condiciones legales intolerables. El pastor, teólogo o seglar
que se ve envuelto en una querella legal con los altos tribunales
eclesiásticos no tiene prácticamente ninguna posibilidad de ganar.
El papel de las mujeres.
El gran adorador de la Virgen María predica un noble concepto de feminidad
y, al mismo tiempo, prohíbe a las mujeres que utilicen métodos
anticonceptivos y les impide ordenarse. Consecuencia. La discrepancia
entre el conformismo externo y la autonomía de la conciencia, que hace que
los obispos se inclinen hacia la postura de Roma y se distancien de las
mujeres, como ocurrió con la disputa sobre el tema de la orientación en
casos de aborto (en 1999, el Papa ordenó a los obispos alemanes que cerraran
los centros de orientación en los que se daba a las mujeres certificados que
luego podían utilizarse para abortar). A su vez, esto provoca un éxodo cada
vez mayor de las mujeres que, hasta ahora, permanecían fieles a la Iglesia.
Moral sexual.
Este Papa, que tanto ha predicado contra la pobreza y el sufrimiento en el
mundo, es en parte responsable de ese sufrimiento debido a sus actitudes
respecto al control de natalidad y el explosivo crecimiento de la población
Durante sus numerosos viajes, Juan Pablo II ha proclamado siempre su
oposición a la píldora y los preservativos, que manifestó en un discurso
pronunciado en 1994 ante la Conferencia sobre Población y Desarrollo de
Naciones Unidas en El Cairo. Por consiguiente, se puede decir que el Papa,
más que ningún otro estadista, tiene cierta responsabilidad por el
crecimiento de población descontrolado en algunos países y la extensión del
sida en África. Consecuencia. Hasta en países tradicionalmente católicos
como Irlanda, España y Portugal, la estricta moral sexual del Papa y la
Iglesia católica se encuentra con un rechazo tácito o explícito.
Celibato de los sacerdotes.
Al propagar la imagen tradicional del cura varón y soltero, Karol Wojtyla es
el principal responsable de la catastrófica escasez de sacerdotes, el
derrumbe del bienestar espiritual en muchos países y los numerosos
escándalos de pedofilia que la Iglesia ya no puede ocultar. A los hombres
que han decidido dedicar su vida al sacerdocio se les sigue prohibiendo
casarse. Ése no es más que un ejemplo de que este Papa, como otros
anteriores, ha ignorado las enseñanzas de la Biblia y la gran tradición
católica del primer milenio, que no exigía ningún celibato a los sacerdotes.
Si alguien se ve obligado a vivir sin esposa ni hijos debido a su trabajo,
corre gran riesgo de no poder asumir de forma saludable su sexualidad, lo
cual puede desembocar en actos de pedofilia, por ejemplo. Consecuencia. El
número de vocaciones ha decrecido y falta sangre nueva en la Iglesia. Dentro
de poco, casi dos tercios de las parroquias, tanto en los países de habla
alemana como en otros, no tendrán párroco ordenado ni celebraciones
habituales de la eucaristía. Es un problema que no pueden ya subsanar ni la
afluencia -cada vez menor- de sacerdotes de otros países (en Alemania hay
1.400 sacerdotes procedentes de Polonia, India y África), ni el agrupamiento
de parroquias en "unidades de bienestar espiritual", una tendencia muy
impopular entre los fieles. El número de sacerdotes ordenados en Alemania ha
descendido de 366 en 1990 a 161 en 2003, y la edad media de los curas hoy en
activo es superior a los 60 años.
Movimiento ecuménico.
Al Papa le gustaba que le considerasen el representante del movimiento
ecuménico. Sin embargo, ha intervenido mucho en las relaciones del Vaticano
con las iglesias ortodoxas y reformadas, y se ha negado a reconocer ni a sus
cargos eclesiásticos ni sus servicios. El Papa habría podido hacer caso de
los consejos de varias comisiones ecuménicas de estudio y haber seguido la
costumbre de muchos párrocos locales, que reconocen los cargos y los
servicios de las iglesias no católicas y permiten la hospitalidad
eucarística. También habría podido moderar el empeño del Vaticano en
conservar un poder excesivo y medieval sobre las iglesias orientales y
reformadas, tanto en cuestión de doctrina como en la dirección de la
Iglesia, y habría podido acabar con la política vaticana de enviar obispos
católicos a regiones en las que predomina la Iglesia ortodoxa rusa. El Papa
habría podido hacer todo eso, pero Juan Pablo II no ha querido. Al
contrario, ha querido conservar e incluso extender el aparato de poder de
Roma. Por eso ha recurrido a una duplicidad llena de hipocresía: la política
de poder y prestigio de Roma se oculta tras unos discursos pretendidamente
ecuménicos y unos gestos vacíos. Consecuencia. El entendimiento ecuménico
topó con una barrera después del concilio, y las relaciones con la Iglesia
ortodoxa y las iglesias protestantes han sufrido una asfixia espantosa. El
papado, como pasó en los siglos XI y XVI, ha demostrado ser el mayor
obstáculo para la unidad entre las iglesias cristianas dentro de la libertad
y la diversidad.
Política de personal.
Cuando era obispo sufragáneo, y luego como arzobispo de Cracovia, Karol
Wojtyla participó en el Concilio Vaticano II. Sin embargo, una vez Papa, ha
despreciado el carácter colegiado de la institución que allí se había
acordado y ha realzado su papado a costa de los obispos. Con sus "políticas
internas", este Papa traicionó con frecuencia al concilio. En vez de usar
palabras programáticas y conciliadoras como aggiornamento, diálogo, carácter
colegiado, ecuménico, lo que importa ahora en la doctrina y la práctica son
términos como restauración, enseñanza magistral, obediencia y vuelta a Roma.
El criterio para designar obispos no es el espíritu del evangelio ni la
actitud abierta en temas pastorales, sino la absoluta lealtad a la línea
oficial de Roma. Antes de ser nombrado, su fidelidad tiene que pasar la
prueba de una serie de preguntas de la curia, y luego queda sellada mediante
un compromiso personal e ilimitado de obediencia al Papa que es una especie
de juramento de fidelidad al führer. Entre los obispos germano parlantes
amigos del Papa están el cardenal de Colonia, Joachim Meisner; el obispo de
Fulda, Johannes Dyba, que murió en 2000; Hans Hermann Groer, que dimitió de
su puesto como cardenal de Viena en 1995 -tras varias acusaciones de que,
años antes, había abusado sexualmente de unos alumnos-, y el obispo de St.
Poeltin, Kurt Krenn, que acaba de perder su cargo después de que estallara
un escándalo sexual en su seminario. Estos no son sino los errores más
espectaculares de unas políticas de personal desoladoras, que han permitido
que el nivel moral, intelectual y pastoral del episcopado cayera
peligrosamente.
Consecuencia. Un episcopado en general mediocre, ultraconservador y servil
que constituye seguramente la mayor carga de este pontificado tan largo. Las
masas enfervorizadas de católicos en los grandes montajes escénicos del Papa
no deben engañarnos: durante su mandato, millones de personas han abandonado
la Iglesia o se han apartado de la vida religiosa en señal de rechazo.
Clericalismo.
El Papa polaco fue un representante profundamente religioso de la Europa
cristiana, pero sus apariciones triunfantes y sus políticas reaccionarias
fomentan, sin pretenderlo, la hostilidad hacia la Iglesia e incluso la
aversión al cristianismo. En la campaña evangelizadora del Papa, centrada en
una moral sexual totalmente alejada de nuestro tiempo, se menosprecia
especialmente a las mujeres, que no comparten la postura del Vaticano sobre
temas tan polémicos como el control de natalidad, el aborto, el divorcio y
la inseminación artificial, y están consideradas como promotoras de una
"cultura de la muerte". Con sus intervenciones -por ejemplo en Alemania,
donde intentó influir sobre políticos y obispos a propósito de la
orientación sobre el aborto-, la curia romana da la impresión de tener poco
respeto por la separación legal de Iglesia y Estado. Es más, el Vaticano, a
través del Partido Popular Europeo, está intentando presionar al Parlamento
Europeo para que designe a expertos -por ejemplo, en todo lo relativo a la
legislación sobre el aborto- que sean especialmente fieles a Roma. En vez de
sumarse a la mayoría de la sociedad y apoyar soluciones razonables, la curia
romana, con sus proclamaciones y su agitación bajo cuerda (a través de las
nunciaturas, las conferencias episcopales y los "amigos"), está alimentando
la polarización entre los movimientos pro vida y en defensa de la libertad
de abortar, entre moralistas y libertinos. Consecuencia. La política
clerical de Roma sirve para fortalecer la postura de los anticlericales
dogmáticos y los ateos fundamentalistas. Y además suscita entre los
creyentes la sospecha de que pueda estar utilizándose la religión con fines
políticos.
Sangre nueva en la Iglesia.
Como comunicador carismático y estrella mediática, este Papa triunfó
especialmente con los jóvenes, incluso a medida que ha ido envejeciendo.
Pero lo consigue, en gran parte, a base de recurrir a los "nuevos
movimientos" conservadores de origen italiano, el Opus Dei, nacido en
España, y un público poco exigente y leal al Papa. Todo esto es sintomático
de su forma de tratar a los seglares y su incapacidad de dialogar con sus
detractores. Las grandes concentraciones juveniles de ámbito regional e
internacional patrocinadas por los nuevos movimientos (Focolare, Comunión y
Liberación, St. Egidio, Regnum Christi) y supervisadas por la jerarquía
eclesiástica atraen a cientos de miles de jóvenes, muchos llenos de buenas
intenciones pero, en demasiados casos, sin ningún sentido crítico. En una
época en la que faltan figuras convincentes que les sirvan de guía, esos
jóvenes se rinden a la emoción de un "acto" compartido. El magnetismo
personal de "Juan Pablo Superstar" suele ser más importante que el contenido
de sus discursos, y sus repercusiones en la vida cotidiana de las parroquias
son mínimas. Tal como corresponde a su ideal de una Iglesia uniforme y
obediente, el Papa considera que el futuro de la Iglesia reside de forma
casi exclusiva en estos movimientos seglares, conservadores y fáciles de
controlar. A ello le acompaña el distanciamiento entre el Vaticano y la
orden jesuita, que está más cerca de los principios del concilio. Los
jesuitas, favoritos de otros Papas anteriores por sus dotes intelectuales,
su teología crítica y su liberalismo teológico, se han convertido en
estorbos dentro de los mecanismos de la política papal de restauración.
En cambio, Karol Wojtyla, ya cuando era arzobispo de Cracovia, depositó
toda su confianza en el Opus Dei, un movimiento económicamente poderoso e
influyente pero antidemocrático y hermético, vinculado a regímenes fascistas
en el pasado y que hoy ejerce su influencia, sobre todo, en las finanzas, la
política y el periodismo. El Papa llegó a conceder al Opus Dei un estatuto
legal especial y, con ello, liberó a la organización de la supervisión de
los obispos. Consecuencia. Los jóvenes de los grupos parroquiales y las
congregaciones (con la excepción de los monaguillos) y, sobre todo, los
"católicos corrientes" no organizados suelen permanecer al margen de las
grandes concentraciones. Las organizaciones juveniles católicas que
discrepan del Vaticano sufren castigos y penurias cuando los obispos
locales, a instancias de Roma, les retiran las subvenciones. El papel cada
vez mayor de un movimiento archiconservador y falto de transparencia como el
Opus Dei en muchas instituciones ha creado un clima de incertidumbre y
sospecha. Obispos que antes criticaban al Opus ahora se esfuerzan en
llevarse bien con él, mientras que muchos seglares que antes participaban
activamente en la Iglesia han retrocedido resignados.
Los pecados del pasado.
A pesar de que, en 2000, Juan Pablo II se vio obligado a confesar
públicamente las transgresiones históricas de la Iglesia, dicha confesión no
ha tenido consecuencias prácticas. El elaborado y grandilocuente
reconocimiento de los pecados de la Iglesia, realizado en compañía de
cardenales y en la catedral de San Pedro, fue vago, difuso y ambiguo. El
Papa sólo pidió perdón por las transgresiones de "los hijos y las hijas" de
la Iglesia, pero no por los de "los Santos Padres", los de la propia
Iglesia, ni los de las jerarquías presentes en el acto. El Papa nunca habló
sobre la relación de la curia con la Mafia; de hecho, ayudó más a encubrir
que a descubrir escándalos y actos criminales. El Vaticano también ha
reaccionado con mucha lentitud a la hora de perseguir los escándalos de
pedofilia en los que se ven envueltos miembros del clero católico.
Consecuencia. La confesión papal, hecha con escaso entusiasmo, no tuvo
repercusiones, no sirvió para corregir ni para hacer nada, fueron sólo
palabras. Para la Iglesia católica, este pontificado, a pesar de sus
aspectos positivos, ha sido una gran desilusión y, a fin de cuentas, un
desastre. Con sus contradicciones, el Papa ha conseguido polarizar a la
Iglesia, distanciarla de muchísimas personas y sumirla en una crisis
histórica, una crisis estructural que ahora, tras un cuarto de siglo, está
revelando carencias fatales en materia de desarrollo y una enorme necesidad
de reforma. En contra de las intenciones del Concilio Vaticano II, se ha
restaurado el sistema medieval de Roma, un aparato de poder con rasgos
totalitarios, gracias a unas políticas intelectuales y de personal astutas e
implacables.
Se metió a los obispos en cintura, se sobrecargó a los párrocos, se calló a
los teólogos, se privó a los seglares de sus derechos, se discriminó a las
mujeres, se ignoraron las peticiones de los sínodos nacionales y los fieles,
y a ello hay que añadir los escándalos sexuales, la prohibición del debate,
la explicación simplificada de la liturgia, la prohibición de los sermones
de teólogos laicos, la incitación a la denuncia, la denegación de la Sagrada
Comunión... ¡No se puede culpar al "mundo" de todo eso! El resultado es que
la Iglesia católica ha perdido por completo la gran credibilidad de la que
gozó durante el papado de Juan XXIII y tras el Concilio Vaticano II. Si el
próximo Papa continúa la política de este pontificado, no hará más que
reforzar una enorme acumulación de problemas y convertir la crisis
estructural de la Iglesia católica en una situación sin salida. El nuevo
Papa tiene que optar por un cambio de rumbo e inspirar a la Iglesia para que
emprenda nuevos caminos, en el mismo espíritu que Juan XXIII y de acuerdo
con el impulso de reforma surgido del Concilio Vaticano II.
(*) Hans Küng es uno de los principales teólogos disidentes católicos. Küng
es suizo y vive en la ciudad alemana de Tubinga, y lleva décadas de disputas
con las autoridades eclesiásticas. Debido a sus críticas, el Vaticano le
retiró la autorización de la Iglesia para enseñar en 1979. Sin embargo,
Küng, de 75 años, sigue siendo sacerdote y, hasta su jubilación en 1995,
enseñaba Teología en la Universidad de Tubinga.
Editado por EL PAÍS - Internacional - 05-04-2005
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