Asunto: | [MESHIKO] Kafka en Cancun | Fecha: | Jueves, 18 de Septiembre, 2003 03:15:09 (-0500) | Autor: | RedLUZ/LUXWeb <redluz @...............mx>
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From: Alianza Social Continental <asc@...>
Date: Wed, 17 Sep 2003 17:40:51 -0500
Subject: [Acancun-l] Kafka en Cancún
From: "Ivanova Pool" <isaurapool@...>
Subject: Kafka en Cancún
Date: Tue, 16 Sep 2003 13:04:01 -0500
From: "Yaxche'" <akumalik@...>
Subject: Kafka en Cancún
Date: Mon, 15 Sep 2003 20:04:51 -0500
Queridas amigas, estimados amigos:
después de una intensa semana de efervecencia civil en Cancún, mis
sentimientos y reflexiones tomaron forma en una pequeña crónica
inspirada en Kafka y dedicada al Sr. Lee, que quiero compartir con
ustedes.
Saludos
Cancún en su laberinto
(a la memoria de Lee)
El Sr. K. miraba desde su balcón de la avenida Bonampak lo que
sucedía en el frente de guerra. Era un combate muy peculiar.
Recordando lo que había escrito hace más de 70 años no podía creer
que esos relatos de lo absurdo se hubieran convertido en la
realidad cotidiana. Desde entonces, ¡cuántas murallas se habían
levantado y derribado sin que los protagonistas supieran
exactamente cómo y para qué!
La muralla que dividía a los contendientes era una más: efímera,
inverosímil, pesadillescamente versátil. Desde los primeros
enfrentamientos el Sr. K. notó que detrás de la muralla había miedo
a pesar de la infinita superioridad militar. Los grupos que
asaltaron la muralla no tenían armas pero no mostraban miedo y
mientras las fuerzas que resguardaban la muralla hacían un bloque
compacto, uniformado y bien pertrechado, los grupos opositores
parecían de distintas razas, vestían de todos colores y atacaban
más con ideas y con flores que con orden o disciplina militar, lo
que enfurecía a los defensores del otro lado de la muralla.
Durante el proceso de armado de la muralla, al Sr. K. le pareció
escuchar diálogos que reproducían casi textualmente lo que él había
escrito muchos años atrás cuando describía la construcción de una
inverosímil muralla, tan monumental en sus dimensiones como
incierta en su ubicación y objetivo para los propios constructores.
De hecho, la muralla era una barrera de rejas metálicas que impedía
el paso por la avenida Kukulkán pero que no impedía que las miradas
se encontraran y que las palabras cruzaran de un lado al otro. Y es
que los señores del dinero, para reunirse, tuvieron que desplegar
sus ejércitos a fin de no ser molestados por los simples
ciudadanos, inconformes por la cada vez más amplia distancia entre
un puñado de millonarios y los 800 millones de personas que cada
noche se acostaban con hambre.
Entre los altos mandos militares, el miedo a provocar la furia de
los ciudadanos obligó a una estrategia de no atacar y de
simplemente repeler los intentos de traspasar la muralla. En el
primer ataque, el Sr. L. trepó a la muralla y desde allí regaló
sonrisas a los combatientes de un lado y del otro y luego se clavó
una navaja en el corazón. Murió minutos más tarde y luego se supo
de una declaración póstuma donde explicaba que los negocios de los
señores del dinero condenaban a la extinción a millones de familias
campesinas en todo el mundo y, en especial, en su natal Corea.
Su cadáver desapareció largas horas mientras la policía local
'establecía las causas de su muerte', aunque todo fue videograbado
y las imágenes estaban dando la vuelta al mundo. Pero su alma fue
acogida por los grupos ciudadanos que tendieron altares, prendieron
velas, oraron y sahumaron con copal a los cuatro vientos,
despidiendo a este guerrero ejemplar, convertido en símbolo
instantáneo de la rebelión civil.
Las fuerzas ciudadanas trasladaron su campamento a un lado de la
muralla, lo que irritó a los militares, quienes se replegaron unos
metros e hicieron traer un enorme tanque, que apostaron a unos
metros de la muralla, ahora reforzada con nuevas trabes de hierro.
El tan custodiado lugar de la reunión de los señores del dinero,
según se enteró el Sr. K. esa noche en la televisión, había sido
vulnerado por pequeños grupos de ciudadanos que volvieron a atacar
con ideas en consignas y pancartas y con frases formadas con sus
cuerpos desnudos. Era evidente que la seguridad estaba fallando. La
preocupación de los 'guardianes del orden' crecía minuto a minuto
pero era evidente, también, que eliminar a los manifestantes era
imposible ya que esos pequeños grupos de ciudadanos representaban a
millones y millones de inconformes en todo el mundo, que sin duda
se levantarían en una rebelión incontrolable. Era evidente para los
manifestantes que el miedo paralizaba a los opresores y que los
mensajes de inconformidad se estaban enviando no sólo con marchas y
pancartas sino con infinidad de propuestas que se estaban generando
en foros de discusión donde se elevaba una idea central que
provocaba el pánico de los poderosos: otro mundo es posible.Y es
que en ese otro mundo, decían, caben muchos mundos pero no el del
imperio de los señores del dinero.
Innumerables detenciones parecían llevar a las fuerzas del orden a
replicar los diálogos de la famosa novela El Proceso, lo que llenó
de pesadumbre al Sr. K. Muchas personas fueron interceptadas y
agredidas por incoherentes y amenazantes interrogatorios. Pero las
reacciones ciudadanas, sustentadas en el más simple sentido común,
hacían tartamudear a los agresores hasta paralizarlos por completo.
El tercer día de enfrentamientos volvió a congregar a los
ciudadanos con velas, sahumadores y flores, al pie de la muralla.
Ahora, las rejas se habían dispuesto de tal manera que si alguien
lograba traspasarlas quedaría atrapado en un laberinto de metal.
Los ciudadanos multiplicaron sus frentes de ataque y aparecieron
por los costados y por detrás de la muralla, para sorpresa y horror
de los guardianes. Llovieron flores por todos los flancos pero de
pronto una cubetada de mierda hirió el ambiente con su fetidez y se
regó sobre cascos y uniformes. Presas de pánico, varios guardianes
cayeron en el laberinto de la muralla y, tras ellos, se cerraron
pesadas barreras de alambre que los dejaron enjaulados. Allí,
fueron atacados con más flores, con cantos, trompetas, tambores y
bailes.
Las fuerzas del orden esperaban una agresión directa que
justificara un ataque armado contra los ciudadanos y por ello
colocaron provocadores entre los manifestantes pero éstos se
cuidaron muy bien de ubicarlos y neutralizarlos. De cualquier
manera, los ánimos subían de tono en ambos bandos. Entonces, un
grupo de mujeres ciudadanas se lanzaron al frente formando una
valla que se interpuso entre los contendientes. Se hizo un corredor
frente a la muralla, por donde circularon pinzas, ceguetas y otras
herramientas con las que las propias mujeres fueron deblitando las
bases de la muralla.
Los estrategas militares quisieron liberar a los atrapados en su
propio laberinto usando la fuerza del tanque pero ya los ciudadanos
habían subido a la muralla y jalaban desde varios puntos con
gruesas cuerdas y excelente coordinación, entre señas y gritos en
coreano y otras lenguas. En pocos minutos, la muralla se venía
abajo. Las fuerzas del orden bajaron viseras, levantaron toletes y
escudos. El tanque apuntó hacia los manifestantes, listo a disparar
su letal chorro a presión. Volvió a oler a mierda pero era porque
los guardianes se zurraban de miedo. Los manifestantes no
intentaron traspasar la muralla sino que la pisotearon hasta
desbaratarla. Todos entendieron que las fuerzas del 'orden
dominante' habían sido derrotadas y humilladas. No hacía falta
disparar más flores. La bandera del odiado imperio fue quemada y
una lluvia refrescante cayó en cuanto la imagen del Dios Chaak fue
levantada por la multitud, en señal de victoria.
No lejos de allí, los señores del dinero fracasaban en su intento
de someter a los gobiernos de los países pobres con nuevas
imposiciones y tributos. La propuesta de declaración final,
preparada de antemano para ser impuesta a los gobiernos del mundo,
terminó siendo arrojada al desvencijado laberinto de fierros
retorcidos en que quedó convertida la muralla.
A la mañana siguiente, el Sr. K. despertó convertido en un bicho
repugnante al que los medios de comunicación y los señores del
dinero llamaban globalifóbico. Pero como en la ciudad estos bichos
proliferaban y festejaban por las calles la destrucción de la
muralla, el Sr. K. se animó a salir, se mezcló entre sus iguales,
se dio cuenta que eran hermosos y olvidó que sus relatos de humor
negro hubieran sido superados por la realidad del mundo.
Carlos Meade
Yaxche', Árbol de la Vida, A.C.
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