Asunto: | [MESHIKO] La "nueva economía" | Fecha: | Sabado, 23 de Junio, 2001 05:33:27 (-0700) | Autor: | Ricardo Ocampo-Anahuak Networks <chicanos @...........mx>
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From: Alianza Social Continental <asc@...>
Date: Fri, 22 Jun 2001 15:07:31 -0500
To: asc-l@...
Subject: La "nueva economía"
La «nueva economía»: una coyuntura favorable al poder hegemónico en el marco
de la mundialización del capital
François Chesnais
ATTAC
El texto que sigue es la versión aumentada del capítulo escrito por François
Chesnais para un libro colectivo, actualmente en prensa: F. Chesnais, G.
Duménil, D. Lévy, I. Wallerstein, Une nouvelle phase du capitalisme? [¿Una
nueva fase del capitalismo?], Collection Séminaire marxiste, Syllepse, 2001.
Hoy en día, Estados Unidos se confronta con una amenaza de recesión. La
caída del Dow Jones, índice del mercado principal, y sobre todo el
hundimiento del mercado de los valores tecnológicos, el NASDAQ, no son
simplemente un reflejo de ello, sino que constituyen también un factor
específico de arrastre, que exige la constante intervención de la Reserva
Federal. Resulta de este modo más fácil contemplar con ojos críticos la
«nueva economía» y medir el grado en que el mercado financiero funciona como
eje de ésta. Una de las particularidades de la situación mundial es la
interconexión entre la recesión japonesa, nuevo capítulo de una depresión
que existe desde hace ya diez años, y la recesión estadounidense. No vamos a
examinar aquí dicha interconexión, que implica un análisis de los vínculos
existentes entre la crisis económica y la crisis «de la sociedad» japonesa.
El objetivo de este trabajo, iniciado antes de que la amenaza de la recesión
estadounidense apareciera en el horizonte, consiste en explicar las razones
por las que la «nueva economía» no representa el anuncio de un largo período
de crecimiento del sistema capitalista mundial, sino más bien la expresión
de una coyuntura que se debe únicamente al poder hegemónico de Estados
Unidos en el seno de la mundialización financiera. Nuestro trabajo no está
completo, pues aún le falta la cuarta parte, anunciada en la Sección 5.
Tiene un marcado tono «francés» e incluye en especial un debate teórico con
diversos miembros de la École de la Régulation. Sin embargo, dicho cariz
podrá atenuarse a medida que la discusión vaya incluyendo a economistas
críticos que trabajan en otros países.
1. Un término de profundo contenido ideológico
El término «nueva economía» fue inventado por los periodistas
estadounidenses, educados en el culto de lo «nuevo», con el que alimentan el
«imaginario» de sus lectores. En este caso, la iniciativa surgió del
semanario Business Week. En un momento en que Alan Greenspan juzgaba que el
nivel de las transacciones de Wall Street era la expresión de una
«exuberancia irracional» (estábamos en 1996, pero luego cambió de
opinión...), la «nueva economía» parecía dar argumentos para atribuir el
vigor del ciclo expansivo a factores arraigados en la economía real. La
aceleración de la difusión de las tecnologías de la información y de la
comunicación (TIC), así como la recuperación de la productividad laboral y
de la productividad total de los factores parecían proporcionar una
explicación satisfactoria del elevado precio de los valores.
No resulta fácil encontrar una definición precisa de la «nueva economía» El
informe publicado recientemente bajo este título por el Conseil d’Analyse
Économique, que aporta su grano de arena a la consolidación del mito,
considera de forma muy vaga «dicho término designa a un sector en plena
efervescencia, el de las industrias de la información y de las
telecomunicaciones y una nueva manera de entender la economía en su
conjunto» [1] <>. El estudio principal se centra casi de forma exclusiva en
esta «efervescencia», como si fuera posible hacer abstracción de la burbuja
financiera y de los enormes riesgos financieros del sistema. Por su parte,
la OCDE ha publicado en fechas recientes un estudio de título más precavido,
puesto que va entre signos de interrogación [2] <>. Los autores señalan que
el término nació en Estados Unidos y únicamente se justifica allí Los
estudios disponibles permiten afirmar, como mucho, que la «nueva economía»
podría ser el anuncio (la OCDE utiliza el tiempo verbal condicional) de una
fuerte tendencia al crecimiento, resultante de modos de gestión más eficaces
de las empresas, facilitados por las tecnologías de la información y de la
comunicación y de un gran desarrollo de la productividad, de origen
multifactorial. La «nueva economía» podría haber modificado el ciclo
económico (igualmente en tiempo verbal condicional). Por último, y ésta es
la única certeza para la OCDE, la «nueva economía ha modificado los sectores
que permiten el crecimiento».
La expresión «nueva economía», de manera mucho más marcada que el término
«globalización», está teñida de una fuerte connotación ideológica. Debido
precisamente a su vaciedad, ha ofrecido una interpretación tranquilizadora
de la situación económica de Estados Unidos a quienes, en todo el mundo,
esperan que el capitalismo estadounidense les muestre el camino del porvenir
[3] <> El éxito del término ilustra también el modo en que el hermético
campo analítico de la teoría estándar pone a la mayoría de los economistas a
remolque de la prensa. Únicamente un pequeño número de teóricos de formación
«heterodoxa» se libra de ello. En el caso que nos ocupa, podemos mencionar a
Michel Aglietta, que en 1998 propuso, bajo el título de «el capitalismo de
mañana» [4] <>, una teoría global del «régimen de crecimiento patrimonial».
Su teoría es fuertemente apologética, pero tiene la virtud de proponer una
interpretación sistémica, centrada en las finanzas, de elementos que otros
confunden sin distinción bajo un término políticamente correcto.
El análisis en este trabajo se inicia con los cambios estructurales de gran
calado acaecidos en la economía capitalista mundial de las dos últimas
décadas, delimitados con la ayuda de la noción de «régimen de acumulación
con predominio financiero» Algunos de estos cambios, en especial el lugar
dominante adquirido por los mercados y por los operadores financieros, se
caracterizan por una enorme fragilidad sistémica y son, por lo tanto,
reversibles. Su origen y su base principal de operaciones están situados en
los países capitalistas avanzados y su análisis exige que no se pierda nunca
de vista el estudio global de la economía mundial. Muchos hechos y
relaciones propios de un país o de un grupo de países sólo pueden ser
examinados y apreciados correctamente si se los observa como «elementos de
una totalidad, como diferenciaciones en el interior de una unidad» [5] <>.
Mucho más que en el pasado, la «globalización» exige que se considere la
economía capitalista mundial «no ya como una simple adición de sus unidades
nacionales, sino como una poderosa realidad independiente, creada por la
división del trabajo y por el mercado mundial que domina todos los mercados
nacionales» [6] <>. Por lo tanto, este trabajo concederá un peso analítico
muy importante a la situación única de la que goza Estados Unidos en el seno
de la economía y de las relaciones interestatales mundiales para tratar de
responder a las preguntas siguientes [7] <> : ¿acaso la «nueva economía»
anuncia la aparición de un «modelo» generalizable a otros países -aparte de
Estados Unidos- y, por lo tanto, una verdadera «salida de la crisis» de la
economía capitalista mundial al completo? ¿O se trata más bien de la
manifestación de una coyuntura económica larga y específica, basada en
relaciones sistémicas internas e internacionales, que no está al alcance de
ningún otro país, y de la cual la burbuja financiera, convertida en algo
casi estructural, es el rasgo más destacado?
2. El régimen de acumulación con predominio financiero
En este trabajo, los términos «régimen de acumulación con predominio
financiero» designan, en estrecha relación con la mundialización del capital
(relación que será definida más adelante), una etapa concreta de la
evolución del imperialismo, entendido éste como la dominación doméstica e
internacional por parte del capital financiero. La hipótesis de un régimen
de acumulación sometido a unas finanzas que podrían erigirse
-momentáneamente- en potencia económica y social «autónoma», tanto frente a
la clase obrera como a todas las fracciones del capital, ya fue prevista por
Marx, quien la vinculó al especial fetichismo que ejerce el dinero, en su
expresión más extrema: «Debido a que el aspecto monetario del valor es su
forma independiente y tangible, la forma A-A’ -cuyos puntos de partida y de
llegada son el dinero real- expresa de la manera más tangible la idea de
"ganar dinero", que es el motor principal de la producción capitalista. El
proceso de producción capitalista apareció únicamente como un inevitable
paso intermedio, un mal necesario para ganar dinero. Por eso, todas las
naciones que funcionan según el modo de producción capitalista padecen
periódicamente el vértigo de querer ganar dinero sin que medie el proceso de
producción» [8] <> Más adelante veremos las formas con las que dicho
«vértigo» se manifiesta desde que los inversores institucionales se han
convertido en el eje de las relaciones macroeconómicas. No significa un
desinterés por la maximización de la plusvalía. Las altas instancias
corporativas buscan precisamente obtener la rentabilidad máxima del capital
invertido mediante la secuencia A-M-P-P'-M-A'. El «vértigo» consiste en no
quedarse nunca satisfechos y en basar igualmente los resultados financieros
de los fondos de inversión en las operaciones derivadas de la creación de un
inmenso capital ficticio, cuya expresión es la burbuja «permanente» en la
Bolsa. Por eso, estos beneficios financieros, con toda la volatilidad
inherente a su dependencia de los mercados bursátiles de acciones y
obligaciones, son los que determinarán el grado de la demanda del que
depende el cierre del ciclo A-M-P-M'-A'.
La dominación ejercida por las finanzas, cuyo inicio se remonta a los años
noventa, ha sufrido ya diversas configuraciones, paralelamente a los cambios
de las relaciones entre los Estados y las fracciones del capital y de las
relaciones políticas entre el capital y el trabajo [9] <>. La proximidad del
término «régimen de acumulación» con la teoría de la regulación no es
fortuita. Los regulacionistas han lanzado un desafío serio y enriquecedor a
un marxismo momificado. Recurrir a la noción de «régimen de acumulación»
conlleva reconocer que en la segunda parte del siglo XX, y en el contexto de
diferentes niveles de relaciones políticas entre el capital y el trabajo, ha
habido por parte de las burguesías una búsqueda de maneras distintas de
estabilizar el movimiento de reproducción y de revalorización del capital y,
por lo tanto, de asegurar su dominio. Así, entre 1950 y 1975, lograron
integrar las importantes concesiones hechas a los asalariados y a sus
organizaciones para convertirlas en uno de los elementos constitutivos de la
reproducción expandida. El hecho de incorporar los cambios institucionales y
las políticas de los gobiernos y de los bancos centrales dentro de un
análisis del movimiento del capital nos permitirá comprender mejor las
fuerzas y las debilidades en cada etapa, así como situar los puntos de
emergencia y el recorrido de las contradicciones.
La expresión «régimen de acumulación» es preferible a la de «régimen de
crecimiento», y ello por dos razones relacionadas entre sí. Primero, porque
remite explícitamente a la noción de capital. Aquí, el capital está
considerado en calidad de valor -es decir, en calidad de masa de dinero
centralizado- que busca incrementarse por un proceso de revalorización, que
puede recurrir tanto a la forma «acortada» A-A' como a la «vía larga»
A-M-P-M'-A'. En segundo lugar, porque la expresión «régimen de acumulación»
indica la posibilidad teórica de que haya configuraciones politicoeconómicas
en las que la importancia adquirida por la forma A-A' y por la creación de
importantes capas sociales que dependen de ingresos financieros relacionados
con el valor influyen enormemente en la forma A-M-P-M'-A' al convertirse en
obstáculos para el crecimiento. La utilización que hace Michel Aglietta de
la expresión «régimen de crecimiento» para describir un conjunto de
relaciones sistémicas prácticamente exclusivo de Estados Unidos y que no ha
conducido al crecimiento en ningún otro país, puede interpretarse como una
vacilación por su parte en cuanto a la posibilidad de afirmar que tales
relaciones sistémicas serán capaces de garantizar la acumulación real de
capital a largo plazo, en el sentido clásico ricardiano-marxiano de la
expresión tradicionalmente utilizado por la École de la Régulation [10] <>.
El régimen de control financiero surgió del proceso de liberalización y
desregulación iniciado partir de 1979 por los gobiernos estadounidense y
británico, en el ámbito de las finanzas, de los intercambios y de las
inversiones directas. Es indisociable de las derrotas sufridas por la clase
obrera a manos de estos gobiernos y de su prolongación bajo la forma de la
restauración capitalista en la URSS y las supuestas «democracias populares».
La «mundialización» contemporánea es la mundialización del capital en sus
tres formas: capital productivo, capital de negocios y capital-dinero. El
proceso de liberalización y desregulación de las finanzas es la condición
sine qua non de la existencia del régimen de acumulación actual. Sólo una
liberalización y una desregulación tan completas como deseaban el capital de
los intercambios financieros y el de las inversiones directas podía
responder a las exigencias de apropiación de la riqueza que surgen en torno
al funcionamiento de los mercados contemporáneos. Era preciso que las
mercancías, cuya especialización se aseguraron de antemano los países
avanzados, se vendieran sin problemas y que las empresas pudieran
aprovisionarse donde lo deseen. Asimismo, con vistas a producir y apropiarse
de la plusvalía en las condiciones más favorables, era también preciso que
dichas empresas pudiesen recurrir libremente a la inversión directa en el
extranjero (IDE).
El proceso de liberalización, de desregulación y de privatización fue
concebido por sus arquitectos ideólogos, «técnicos» y políticos, para que se
extendiera al conjunto de los países del globo y fue impuesto por etapas a
partir de la institución informal -pero muy poderosa- del G7, beneficiándose
de la ayuda activa de organizaciones internacionales, ya fueran las
existentes (el FMI y el Banco Mundial, así como la Comunidad Europea,
convertida más tarde en Unión Europea), ya otras nuevas (la OMC surgida del
Tratado de Marrakech en 1994 y la ALENA). Puesto que la «globalización»
surgió de la liberalización, de la desregulación y de la privatización,
difiere de las formas anteriores de internacionalización (basada en los
intercambios y desubicación del capital productivo), que había prevalecido
hasta principios de los años ochenta. Esto resulta tanto más evidente si
consideramos los decisivos cambios que han tenido lugar en el ámbito
financiero.
Tanto el régimen de acumulación existente en Estados Unidos, como el tipo
actual de mundialización del capital estrechamente ligado al mismo, se
centran en las nuevas formas de concentración del capital-dinero (en primer
lugar, los fondos de pensiones y los fondos de inversión financiera), en los
mecanismos de captación y descentralización de fracciones de valor y de
plusvalía y, por último, en las instituciones que garantizan la seguridad,
tanto política como financiera, de las operaciones de inversión financiera.
Todo esto da lugar a lo que se denomina «autonomía de las finanzas» [11] <>,
con el inmenso poder social que lleva consigo.
La primera fase del «poder de las finanzas» fue la «dictadura de los
acreedores», surgida, como cualquier otra dictadura, de una especie de golpe
de Estado, cuando el interés real de los bonos del Tesoro estadounidense
pasó en unos meses del 2-3% al 10-12% a principio de los años ochenta. Fue
este un paso decisivo hacia la reconstitución del poder concentrado de las
finanzas, mantenido bajo control en Estados Unidos después del New Deal y,
de hecho, destruido en los grandes países europeos por la Segunda Guerra
Mundial. Esta «dictadura de los acreedores» es un poder frente a los
gobiernos –salvo el de Estados Unidos- y goza de la capacidad de modificar
el reparto de la renta y de influir sobre el ritmo y la orientación de las
inversiones en todos los países que poseen un sector público importante. Se
trata de un poder pronto incrementado en el seno de los grupos industriales,
a medida que la centralización de la propiedad de las acciones fue abriendo
la vía al «gobierno de las multinacionales». Los inversores financieros
recibieron como regalo de los gobiernos, empezando por el de Estados Unidos,
el recurso generalizado a la financiación de los déficits presupuestarios
mediante la emisión de acciones negociadas en mercados secundarios con gran
liquidez. Este sistema les ofreció elevados tipos de interés y una gran
seguridad en la recepción de los beneficios de sus préstamos. En el momento
más elevado de la financiación de los presupuestos por medio de préstamos,
el déficit Federal estadounidense, como el de muchos otros países, sobrepasó
el 4% del PIB, de manera que casi la cuarta parte de los presupuestos se
consagraban a la financiación de la deuda pública. Estos inmensos recursos
financieros han permanecido en gran medida cautivos de las finanzas y han
desembocado en la acumulación de activos financieros ingentes en manos de
instituciones financieras no bancarias (en primer lugar, los fondos de
pensiones y de inversión financiera), los cuales ha maniobrado con vistas a
la plena reconstitución de mercados financieros «mundializados», capaces de
garantizarles la «liquidez» en el sentido de Keynes y de André Orléan [12]
<>. El big bang de los mercados bursátiles y, más tarde, la liberalización
de los mercados financieros «emergentes», completaron el trabajo realizado
de manera concertada por los Bancos centrales, los poseedores del mercado y
los grandes inversores en los mercados situados en el corazón del sistema.
3. Gobierno de las multinacionales y maximización de la plusvalía y de los
beneficios
El restablecimiento pleno de la liquidez como institución completó la
emergencia del régimen de acumulación con predominio financiero. A la
capacidad de influencia de las finanzas sobre los gobiernos se añadieron las
consecuencias de una nueva forma de relación entre los accionistas, los
dirigentes de empresa y los asalariados. Junto a los rendimientos de los
títulos de deuda pública, los dividendos se convirtieron en un mecanismo
determinante de apropiación del valor y de la plusvalía, y los mercados
bursátiles, en una institución decisiva para la regulación del régimen de
acumulación. A la presión «impersonal» de los mercados financieros, ejercida
sobre los grupos industriales por medio de los niveles comparados del tipo
de interés de los títulos de deuda y de los beneficios industriales, se
añadieron nuevas formas, con gran poder coercitivo, de entrelazamiento entre
«finanzas» e «industria» La entrada de los fondos de pensiones y de
inversión financiera en el capital de los grupos ha dado lugar a cambios
importantes en las formas de relación y en las modalidades de vinculación
entre las finanzas de la gran industria, cuyas consecuencias negativas para
los trabajadores todavía están lejos de haberse extinguido. El tipo alemán
de interconexión entre los bancos y la industria, del que Hilferding era el
arquetipo de capital financiero, se ha convertido hoy en una especie de
«edad de oro» de las relaciones entre el capital-dinero concentrado y la
industria.
Las nuevas formas de interrelación comprenden un conjunto de mecanismos que
van desde la remuneración de los altos directivos con stock options a una
vigilancia casi continua de la estrategia de los grupos por parte de los
gestores de los fondos de inversión, destinados a aproximar los puntos de
vista de los dirigentes industriales y de los gestores financieros, cuando
no a sellar una estrecha alianza entre ellos. En los años noventa, el
«gobierno de las multinacionales» (“corporate governance”) logró obtener
cifras muy elevadas de rentabilidad en las inversiones en acciones, y
convirtió tales porcentajes en una norma casi inviolable. Dicha norma ha
generado presiones cada vez mayores sobre las empresas, tanto en términos de
ahorro en la utilización del capital en efectivo (capital fijo y capital en
circulación fuera de los salarios)[13] <>, como del porcentaje de la
plusvalía, cuya medida es la productividad del trabajo. No era posible, ni
lo sigue siendo, dar satisfacción a los inversores sin que aumentaran las
formas de explotación en el trabajo.
La mundialización de la competencia, nacida por una parte de la
liberalización y de la desregulación de los intercambios, de la inversión
directa en el extranjero y de la desaparición del aislamiento de los
oligopolios nacionales y, por otra, de las tecnologías de la información de
la comunicación, han sido los factores decisivos que permitieron a las
empresas que cotizan en las Bolsas de los mercados más importantes atenerse
a las normas de los gestores. Tal como sugiere Frédéric Lordon, la
introducción de la máximoa flexibilidad en el mercado de trabajo y en la
organización cotidiana de la actividad, y el sometimiento de los asalariados
con calificación media o baja a contratos-basura son un «intento de imponer
al mundo laboral un equivalente de la liquidez con que el mercado financiero
dota al capital» [14] <> (subrayado en el original). Es la pura verdad, pero
sólo expresa una parte de la realidad. La flexibilidad salarial no es
únicamente «la puesta en marcha del paradigma de la escapatoria [...] la
aplicación al mundo del trabajo de esta búsqueda obsesiva de la reversión,
del momento de inercia más bajo posible». Es también un elemento
constitutivo fundamental del incremento de la explotación de la mano de
obra, de lo que las empresas deben obtener y/o centralizar como masa de
plusvalía, tanto en los países de origen como en los de implantación de sus
filiales, con el fin de poder satisfacer la norma de rentabilidad, al menos
de manera transitoria. Para alcanzar dicho objetivo, las empresas cuentan
con el poderoso auxiliar de las tecnologías de la información y de la
comunicación (TIC), cuya eficacia, sin embargo, no se puede disociar de la
liberalización de la inversión directa en el extranjero y de los
intercambios comerciales. Si las grandes empresas han podido utilizar dichas
tecnologías en beneficio propio de manera tan eficaz es porque ellas pueden
ahora hacer competir entre sí a asalariados de diferentes países, con muchos
grados de cualificación –ya no solamente los menos cualificados- y porque
pueden echar mano de un «ejército industrial mundial de reservistas», tanto
por medio de los cambios de implantación territorial como por los flujos
migratorios “diseñados a medida”.
Nos encontramos pues ante un empeoramiento de la explotación, y no frente a
la promesa de un “nuevo mundo” surgido de las nuevas tecnologías. Cuando se
dirige a audiencias de habla inglesa, Jean Gadrey (véase la nota 3) afirma
que las siglas TIC, en vez de corresponder a «tecnologías de la información
de la comunicación», significan «tecnologías de intensificación y control”.
Su empleo puede incluso reducir el aprendizaje a la mínima expresión. A
corto plazo, las empresas que decidan basar sus actividades en la
«ultraflexibilidad del empleo» pueden servirse para lograrlo de la muy
«rígida» definición de las tareas que permite la programación informática.
En una interesante síntesis de estudios de casos, Pierre Veltz recuerda que
«para poder reemplazar de improviso a un asalariado es preciso que todo sea
estrictamente reglamentario y esté bajo control». El costo es elevado en
términos de aprendizaje y de innovación interactiva, pero tal enfoque
satisface a los gestores financieros. En las empresas que lo han elegido,
como por ejemplo las que se ocupan de subcontrataciones en los sectores del
automóvil y de la gran distribución, la informática no sirve para «abrir
espacios de diálogo», sino «para bloquear cualquier discusión»; sus reglas
han sido creadas para que los actores no las puedan utilizar y «la gestión
de los acontecimientos (de los incidentes imprevistos) no da lugar a
aprendizaje alguno» [15] <>.
4. Régimen de acumulación con predominio financiero y mundialización
Este régimen de acumulación está relacionado con la «globalización» o, de
manera más exacta, con la mundialización del capital, que trataremos
brevemente de explicar. El régimen financierizado es una «producción» de los
países capitalistas avanzados, en particular de aquellos -Estados Unidos y
el Reino Unido a la cabeza- donde las finanzas, consideradas como fuerza
«autónoma» construida sobre la institución de la liquidez, habían arraigado
más profundamente hasta la crisis de 1929. No se halla mundializado en el
sentido de abarcar a la totalidad de la economía mundial [16] <>, pero su
funcionamiento exige, hasta el punto de ser consustancial con su existencia,
un grado muy alto de liberalización y de desregulación no solamente de las
finanzas, sino también de la inversión directa en el extranjero y de los
intercambios comerciales. Estas medidas no han de imponerse sólo en los
países donde se instala el nuevo régimen de acumulación, sino en todas
partes. En el lenguaje de la École de la Régulation, se dice que si antaño
los países podían escoger con un amplio grado de libertad las formas exactas
de su «inserción internacional» y de «adhesión» al régimen fordista, ahora
ya no sucede desde que el régimen de predominio financiero ha sido
establecido en los países más poderosos. Un proceso de construcción
institucional internacional, tanto de facto como de jure, dirigido por
Estados Unidos, el G7, el FMI y el Banco Mundial (es decir, los que
elaboraron el supuesto «consenso de Washington»), formalizado en Europa por
el Tratado de Maastricht y apoyado enseguida por la OMC, hizo que la
«adhesión» de los demás países fuese obligatoria y redujo al mínimo su
capacidad de elección en cuanto a dicha «inserción internacional» [17] <>.
Queda claro que la «mundialización financiera» se ha dotado de la función de
garantizar la apropiación, en condiciones lo más regulares y seguras
posibles, de los beneficios financieros -intereses y dividendos- a escala
«mundial» Su arquitectura inicial, al igual que las «reformas» introducidas
a partir de la crisis asiática, tienen por objeto permitir la valorización
del capital de inversión financiera en todos los países susceptibles de
sostener un mercado financiero capaz de acoger inversiones extranjeras. Ha
sido, pues, necesario que estos países se plieguen a las exigencias de
liberación financiera del FMI. Sin embargo, el régimen de acumulación
«financierizado» no podía contentarse únicamente con la liberalización de
las finanzas. La nueva interrelación entre «finanzas» e «industria» exige
que los grupos (cuyos beneficios y dividendos pagados son la única razón
tangible del curso de las acciones), puedan elegir a voluntad los lugares de
aprovisionamiento, de producción y de comercialización, y gocen de la
liberalización completa de la inversión directa en el extranjero, así como
de la abolición de cualquier impedimento de aprovisionamiento local.
Estos son los fines que perseguía la creación, en un ámbito regional, de la
ALENA y, en un ámbito mundial, de la OMC. El caso de la AMI resultó un
fracaso, pero fue ampliamente compensado por la presencia en el Tratado de
Marrakech de un marco de disposiciones draconianas para la apertura de los
mercados públicos y para la apertura y la desregulación de los servicios
públicos (objetivo del Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios, el
AGCS). Gracias a tales instituciones y a tales mecanismos, el régimen de
acumulación con predominio financiero está igualmente mundializado, pues su
importante proyección internacional otorga a los países capitalistas en
donde el régimen fue establecido en primer lugar la dominación absoluta del
sistema. Tanto en el terreno de las finanzas como en el de la libertad de
acción exigida por las compañías industriales, estos países ejercen un
enorme control no sólo sobre los países más débiles -de subordinación
«tradicional»- sino también sobre los países capitalistas avanzados que
implantaron el nuevo régimen «con retraso».
La mundialización del capital es, por su propia naturaleza, muy selectiva.
Desde los años ochenta ha engendrado un sistema de jerarquías mucho más
rígido que el que había prevalecido durante la internacionalización de los
años 1950-1978. Con la consolidación del régimen de acumulación con
predominio financiero, la jerarquización y la diferenciación se acentúan
todavía más. El tamaño de cada país, sus recursos naturales y, sobre todo,
las trayectorias históricas diferentes seguidas por cada uno de ellos,
condicionan relaciones muy variadas con el nuevo régimen de acumulación. Nos
limitaremos aquí a tres casos típicos. El primero es el de países como
Francia, donde la burguesía financiera y los gobiernos «alternantes» de
izquierda y de derecha tienen todavía el proyecto de implantar el nuevo
régimen a domicilio, pero preparan, de manera consciente o inconsciente y a
base de impulsos y retrocesos, su integración en un conjunto transatlántico
de los cuales el eje serían los mercados financieros estadounidenses y la
OTAN el brazo armado. El segundo caso es el de los numerosos países donde no
es posible ni soñar en la implantación autónoma del régimen de acumulación y
donde la elección consiste, bien en tratar de resistir y poner límites a la
liberalización financiera, bien en aprovecharse -sin vergüenza alguna, en
calidad de «provincia del Imperio»- de los beneficios permitidos por la
libertad de acceso a los mercados bursátiles más atractivos. Por último,
existe el caso particular -más exactamente, el caso único- de Estados
Unidos, país que se beneficia de la afluencia permanente del capital de
inversión financiero que le llega del resto del mundo.
5. Los ingredientes particulares del crecimiento estadounidense
A la luz de la experiencia de Estados Unidos durante los años noventa, el
crecimiento en régimen de acumulación con predominio financiero supone la
capacidad de satisfacer diversas condiciones. Nada permite suponer que éstas
se hallen al alcance de los países que no ocupan el lugar de Estados Unidos
en el sistema mundial ni cuentan con la trayectoria histórica de su
formación social. Si consideramos los componentes del crecimiento
estadounidense de la segunda parte de la década de los años noventa, es
preciso que una economía (la de un Estado-nación o la de una Unión de
Estados):
1°, posea un amplio abanico de empresas que buscan obstinadamente, en el
marco de un entorno muy desregularizado y por medio de un gobierno absoluto
de las multinacionales, la maximización de la productividad del trabajo y
del capital;
2°, posea mercados bursátiles muy implantados que les permitan «producir»
durante un largo período beneficios financieros elevados, así como un
conjunto de anticipaciones económicas establecidas en torno a los valores
bursátiles;
3°, esté igualmente en condiciones de asegurar y de sostener la creación de
una cantidad muy elevada de capital ficticio, eso que comúnmente se denomina
«burbuja financiera». El país (o la Unión) debe poder alimentar dicha
burbuja durante largos años y su gobierno y sus autoridades monetarias deben
poseer armas con las que hacer frente a los riesgos de un crash bursátil;
4°, por último, esta economía debe disponer de un conjunto de mecanismos,
internos y externos, que garanticen a las empresas los recursos en ciencia y
en tecnología y en mano de obra especializada o especializada que sus
propias inversiones no podrán asegurar.
Es en torno a la segunda y tercera condiciones donde se concentran la mayor
parte de los aspectos más determinantes -y menos fácilmente reproducibles
por otros países- de lo que el crecimiento estadounidense del período
1995-2000 le debe a la situación internacional única que ocupa Estados
Unidos. Tienen que ver con la posición ocupada por el dólar en el seno del
sistema financiero mundial y con su estatuto de país preferido por las
clases capitalistas y las oligarquías rentistas del mundo entero para la
inversión de capital-dinero. Pero el lugar particular que ocupa Estados
Unidos en la mundialización del capital y la capacidad que tiene para sacar
provecho de su estatuto de potencia hegemónica se debe asimismo a la cuarta
condición.
La publicación en un intervalo bastante corto de un conjunto de trabajos
estadounidenses y franceses sobre la productividad estadounidense en sus
numerosas facetas, permite apreciar mejor que nunca los aspectos del
«gobierno de las multinacionales» en el sector productivo. Gracias a estos
trabajos ahora es posible evitar el error de limitar el análisis del régimen
de acumulación con predominio financiero a los mecanismos con que los fondos
financieros valorizan la forma A-A' del capital-dinero. El aumento de la
productividad es una de las razones, sin ser de ningún modo la única, del
bajo nivel de inflación conocido por la economía estadounidense durante un
período tan largo de expansión cíclica. Pero existe asimismo el nivel -más
importante todavía- de las relaciones de explotación, que permite explicar
de qué manera un régimen de acumulación tan marcado por un proceso de
valorización del capital, en el que los dividendos y los intereses ocupan
buena parte de los beneficios que las empresas reservan para la inversión y
para la investigación y desarrollo, no se adentra de inmediato en un
callejón sin salida. El aumento de los índices de explotación de los
trabajadores ha equilibrado, al menos en parte, el crecimiento de los
beneficios distribuidos a los accionistas.
El aspecto complementario del crecimiento estadounidense -su otro «motor»,
ese cuyo atasco tanto se teme- ha sido una demanda ordenada en torno a los
mercados bursátiles. La «paradoja» de la economía estadounidense de los años
noventa [18] <> es que ha sido una economía espoleada por la demanda
interna, donde la recuperación de la inversión se debió en parte al descenso
de los precios del hardware informático y en parte al crecimiento del
consumo privado. Dicho consumo se vio sostenido, de manera casi invariable y
en algunos momentos determinante, por un crédito bancario muy permisivo,
autorizado y a menudo alentado por la Reserva Federal. Este consumo es cada
vez más dependiente de la influencia ejercida sobre él por los mercados
bursátiles de Wall Street y del NASDAQ, mediante una combinación peculiar de
efectos debidos a los beneficios y a la previsión de beneficios (los
denominados «efectos de la riqueza») de origen bursátil. La singularidad de
Frédéric Lordon en el seno de la École de Régulation consiste en haber
avanzado la hipótesis de que la «burbuja financiera» ha dejado de ser «una
aberración local, una deriva transitoria, un paréntesis en el curso de una
dinámica financiera en general razonable, para convertirse en un carácter
permanente del régimen de acumulación financierizado» [19] <>. En otras
palabras, una vez que el engranaje del circuito económico global y de la
creación de la demanda fueron reconfigurados para transitar por el ámbito
financiero, ya no puede existir «régimen de crecimiento» sin burbuja, sin la
creación de un capital ficticio sin precedentes. Pero la burbuja sólo puede
asegurar plusvalías financieras a los inversores a condición de ser
alimentada sin descanso. Es aquí donde intervienen los flujos exteriores que
tanto benefician a Estados Unidos
Notas
[1] <> Conseil d'Analyse Économique, Nouvelle économie, La Documentation
Française, París, 2000, página 9.
[2] <> OCDE, Une nouvelle économie?: Transformation du rôle de l'innovation
et des nouvelles technologies dans la croissance, París, 2000. El último
informe económico publicado por la Administración Clinton no le hace ascos
al tiempo verbal condicional. Véase el Economic Report of the President,
Washington, D.C., 2001, página 23.
[3] <> La fuerte connotación ideológica de la «nueva economía» está
ampliamente documentada por Jean Gadrey, Nouvelle économie, nouveau mythe?,
Flammarion, París, 2000. Por el contrario, en el informe del Conseil
d'Analyse Économique, Nouvelle économie, op.cit., Gérard Maarek es el único
que observa (página 149) que la expresión «recuerda la de "modelo sueco" o
la de "milagro asiático", ateniéndose a precedentes hoy en día bastante
criticados…».
[4] <> Michel Aglietta, Le capitalisme de demain, Notes de la Fondation
Saint-Simon, n° 101, noviembre de 1998.
[5] <> Marx, Posfacio a la Contribución a la Crítica de la Economía
Política.
[6] <> Trotsky, Prefacio a La Revolución Permanente.
[7] <> A la cual yo aporto, por el momento, sólo elementos de respuesta
parciales y provisionales.
[8] <> Marx, El Capital, Éditions Sociales, libro II, volumen 1, página 54.
[9] <> Para una explicación más detallada, véase François Chesnais, «Etats
rentiers dominants et contraction tendancielle: Formes contemporaines de
l'impérialisme et de la crise», así como el capítulo complementario de
Claude Serfati, «Puissance du capital financier: Les limites endogènes du
capitalisme mondialisé», en Gérard Duménil y Dominique Lévy (coord.), Le
Triangle infernal: Crise, mondialisation, financiarisation, Actual Marx
Confrontations, PUF, París, 1999.
[10] <> Michel Aglietta es consciente de este problema. Sus últimos trabajos
vuelven a la acumulación así delimitada y plantean la cuestión de las formas
de «gobierno de empresa» compatibles con ella.
[11] <> Para una discusión de la noción de «autonomía de las finanzas», de
su contenido efectivo y de sus límites, véase mi revisión del libro de André
Orléan, Le pouvoir de la finance, dans L'Année de la régulation, 2000,
Éditions La Découverte.
[12] <> André Orléan, Le pouvoir de la finance, París, Odile Jacob, 1999.
Este autor, de formación keynesiana regulacionista, concluye que «la forma
"mercado financiero" no es una forma neutra. La liquidez expresa la voluntad
de autonomía y de dominación de las finanzas. Es el producto de poderosos
intereses. [...] Tiene consecuencias macroeconómicas generales sobre las
relaciones de fuerza que recorren la sociedad mercantil, en particular en la
relación entre acreedores y deudores y entre la finanza y la industria»
(página 49).
[13] <> Véase Marx, El Capital, volumen III, capítulo V, «Economía del
capital constante».
[14] <> Frédéric Lordon, Fonds de pension, piège à cons? Mirage de la
démocratie actionnariale, Raisons d'Agir, París, 2000, página 62.
[15] <> Pierre Veltz, Le nouveau monde industriel, Le Débat, Gallimard,
París, 2000, páginas 120-21. En lo relativo a los sectores de servicios
sobre esta misma cuestión, véase Jean Gadrey, Nouvelle économie, Nouveau
mythe?, capítulo 4, Flammarion, París, 2000.
[16] <> Se trata de un punto de vista sobre el cual mis explicaciones en
textos anteriores carecen de exactitud.
[17] <> Es el tema del libro, producto del desencanto, de Charles-André
Michalet sur L'attractivité des nations, Economica, París, 1999, cuya
aportación teórica se refiere al trastorno que le ocasiona la teoría del
comercio internacional. En el nuevo régimen, son la IDE y los FMN quienes
determinan las modalidades de participación de los países en los
intercambios.
[18] <> Véanse los «puzzling facts» señalados por Robert Boyer en «What
constraints on European growth? Innovation, institutions and economic
policy», ponencia en la conferencia inaugural del Centre Saint-Gobain para
la investigación en economía, 10 de noviembre de 2000, tabla 3, línea 2.
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