Capítulo 21
UNA
ESPLÉNDIDA MAÑANA
«Mi camino, cuando
viví sobre este plano, fue convertirme en el Dios Desconocido, —el cual
descubrí que era yo mismo— e ir más allá de las dimensiones para retozar
en las aventuras del siempre jamás. Así lo hice y todavía lo hago. He regresado
para decirte que esas aventuras están esperándote a ti también, una vez hayas
abrazado la totalidad de esta vida, como yo lo hice."
Ramtha
Estos momentos que
hemos compartido han sido dulces. Venir a tu vida e incluso haber llegado a
tocar quizás el borde de ella, ha sido un gran placer, te lo aseguro. Todo lo
que he compartido contigo, lo he hecho también para mí, porque cada uno de
vosotros es lo que yo soy: el Padre al que amo fervientemente y siempre amaré.
Cualquier cosa que yo haga para contribuir con la evolución de tu precioso ser,
glorifica y magnifica al Padre, que es el reino del Yo
Soy.
He venido a la
humanidad como un hermano, porque una vez fui parte ferviente de ella. Yo viví
aquí como hombre y experimenté todo lo que tú has experimentado: viví tu
desesperación y lloré tu tristeza, tuve tus sueños y conocí tu alegría. Y aunque
he estado en todos los niveles, la más profunda de todas mis experiencias
ocurrió cuando estuve aquí entre vosotros como hombre, Dios-hombre,
experimentando los peligros, la desesperación y los momentos fugaces de gloria
que todos vosotros habéis conocido. Yo he elegido volver aquí porque te
entiendo. Y entenderte es amarte.
He venido, no a
salvarte, pues no hay nada de qué salvarte realmente. He venido simplemente a
recordarte la maravillosa herencia que olvidaste hace mucho tiempo y a hablarte
de un futuro glorioso que todos vosotros pronto vais a ver. He venido para
ayudarte a ver que tienes opciones más sublimes para la expresión de tu vida, y
para ayudarte a manifestar el conocimiento que te permita ejercitar esas
opciones, si es tu voluntad hacerlo. Todo lo que te he pedido es que apliques en
tu vida —a tu ritmo y a tu manera— cualquier entendimiento que sea fructífero
para ti en tu propia evolución hacia una vida más armoniosa y llena de
alegría.
Mi camino, cuando
viví sobre este plano, fue convertirme en el Dios Desconocido, —el cual descubrí
que era yo mismo— e ir más allá de las dimensiones para retozar en las aventuras
del siempre jamás. Así lo hice y todavía lo hago. He regresado para decirte que
esas aventuras están esperándote a ti también, una vez hayas abrazado la
totalidad de esta vida, como yo lo hice.
Ve y vive los
entendimientos que te he dado. Déjalos vivir dentro de tu ser. Cuando lo hagas, pronto te
darás cuenta de que se te ha dado el mayor
tesoro que nunca hubieras
podido pedir o concebir.
Toma lo que has
aprendido, lo que has oído y lo que has leído, y aplícalo con simplicidad.
Cuanto más simple eres, más poderoso te vuelves. Y si quieres algo, pídelo.
Nadie en este plano tiene el poder para dártelo. Pide desde el Señor Dios de tu
ser que el Padre te lo conceda, y sabe que ya lo ha hecho, sin importar lo que
sea. ¿Y adonde irás a pedir? Al templo que existe dentro de ti. Simplemente pide
en el silencio de tus propios pensamientos;
siempre serás
escuchado.
Yo sé quién eres.
Sé lo que haces y lo que sueñas. Cuando creas que nadie te ve, tienes que
entender que eres como las estrellas en el cielo de medianoche; estás allí para
que todos te vean. Todas las cosas saben quién eres y lo que haces,
especialmente nosotros, los que vivimos en lo invisible.
Quien tú eres sólo
te importa realmente a ti. Cuando todo está dicho y
hecho
no dependes de nadie más que de ti mismo y de esa preciosa luz en tu interior llamada Dios
Todopoderoso. Sé justo contigo mismo. Sé único. Y ama lo que eres, de modo que
tú y tu modo de ser os veáis como las estrellas
de
medianoche, muy brillantes y muy hermosas.
Mi gente me
llamaba Ramtha el iluminado, y por eso he conservado ese nombre hasta ahora. ¿El
iluminado? Yo fui una entidad solitaria que se sentaba en un altiplano cuando
todos los demás estaban atareados con las cosas
de
aquellos días. Sin embargo, en la naturaleza, alejado de la vida ordinaria,
encontré al Dios Desconocido.
El mundo no está
en la plaza del mercado, mis amados hermanos. Allí abunda la vida, en verdad,
pero la vida grandiosa se encuentra fuera del mercado, en la base de un
magnífico árbol, o en la cima de una montaña nevada, donde el viento es frío,
limpio y vivificante, en la inmensidad del desierto o en la infinitud del
océano. Hay mucho más en este plano de lo que la mayoría se ha permitido ver.
Aún tienes que vivirlo realmente e investigarlo; tú sólo has estado en la
conciencia opresiva de tu sociedad, con sus juicios e ideales triviales y su
loca carrera contra la ilusión del tiempo.
Nunca conocerás
realmente la vida hasta que encuentres la soledad en estos lugares, en paz con
el cielo de medianoche y la luna, creciendo y menguando hasta el resplandor del
amanecer. Y a través de todo el conocimiento y los sueños que te lleguen, he
aquí que tú también te convertirás en un ser iluminado, porque las prioridades
allí cambian. La conciencia de la naturaleza te acepta, mi amado hermano. Te
acepta y espera de ti que seas eterno, sin tiempo, como es ella. En
circunstancias como ésas, creces para convertirte en este Dios y mantenerte
firme todos los días de tu vida.
El Dios
Desconocido es silencio —el gran silencio— y sin embargo, te habla si se lo
permites. Extiéndete y sé una parte de este continente. Llega a todos sus
rincones y sé parte de ellos. Deja tus sedas y finas joyas y descálzate.
Confúndete en la simplicidad que está fuera de moda, y ve a experimentar a Dios
en este cielo que has creado. Yo te suplico que hagas esto. No habrás vivido
realmente ni habrás entendido el Dios que eres, hasta que hayas estado en todos
estos lugares y hayas sido una parte de su conciencia siempre continua y
eterna.
Yo deseo desde la
totalidad de mi ser, desde el Padre ardiente dentro de mí, que conozcas lo
valioso que eres y lo mucho que se te ama y se te necesita. Cuando pienses que a
nadie le importa si vives o mueres, sabe que a mí me importa. Y siempre que la
preciosidad de tu ser empiece a vacilar y sientas que necesitas un compañero,
llámame, porque yo estaré ahí.
Yo estaré con
todos vosotros a lo largo de todos los días de vuestras vidas en este plano, a
medida que vuestras preciosas almas —fecundadas con amor, esperanza y alegría—
se convierten en magníficas flores de sabiduría, compasión y el amor para
abrazar a toda la vida, visible e invisible. En la tormenta emocional de este
florecimiento, habrá momentos en los que desearás nunca haber oído el nombre de
Ramtha. Pero mucho, mucho más grandiosos serán, en verdad, los momentos en que
Dios es visto, manifestado, y conocido dentro de ti.
Ahora bien, yo te
he dicho —repetidamente y de mil maneras— la verdad más grande que conocerás: tú
eres Dios. Y estás empezando a darte cuenta de que quizás esto es, en efecto,
una verdad. Saber esto firmemente, amados hermanos, sólo puede suceder a través
del despliegue de vuestra vida, momento a momento.
Pero deseo que
sepas esto: una espléndida mañana, justo antes del amanecer, tendido solo en tu
lecho, donde el silencio es tan profundo que casi se puede escuchar, despertarás
de un sueño que no es sueño. Abrirás los ojos en la oscuridad de tu cuarto, te
levantarás de tu lecho y caminarás hacia una ventana por donde entra la única
luz que puedes ver.
Mirarás por la
ventana, su alféizar cubierto por las gotas del rocío, al gris de la mañana, y
alzarás los ojos hacia un cielo que oculta la promesa de una luz grandiosa y
brillante. Y mientras contemplas la belleza de todas las diminutas joyas
brillantes, destellando en el oscuro telón de terciopelo del siempre jamás, ves
que la luna ha crecido y ha menguado, y ahora se sienta en el horizonte,
silenciosa, esperando una luz más grande.
Solo,
estremeciéndote con un sentimiento que está por encima de las palabras, allí
estás, contemplando el silencio del despertar de la vida. Pronto oyes el susurro
de un pájaro en los matorrales, que como tú, ha amanecido y se prepara para
saludar a la mañana. Mientras escuchas su dulce y suave melodía de alegría y
esperanza, vuelves tu mirada hacia el este y contemplas el horizonte distante. Y
allí ves las montañas color púrpura, solitarias, como centinelas de la vida,
alzándose majestuosas, fuertes y silenciosas, y una luz pálida y rosa dibuja su
silueta. Y las nubes, que hicieran su jornada silenciosa hacia el horizonte, se
perfilan en el oro y la promesa del amanecer.
Y al compás de
todo este esplendor en la simplicidad de su ser, no escuchas nada, excepto el
latir de tu corazón mientras palpita ante la anticipación de un gran suceso que
pronto se verá en un resplandor de gloria sobre el horizonte. Y mientras la
cortina de la noche se desvanece lentamente en la luz de la mañana, ves las
estrellas tornarse más y más tenues, y la luna con su magia, entrega su belleza
al amanecer que se despliega.
Atrapado en la
belleza y el éxtasis de este momento, te sobreviene este entendimiento: sin la
continuidad de esta mañana, todos tus temores, preocupaciones, tus sueños y tus
ilusiones, serían cosas inexistentes. Y en ese instante, por detrás de las
montañas doradas, surge el esplendor de una joya incandescente, sus barras de
oro penetrando en el valle cubierto de niebla como rayos de esperanza. Y al
tiempo que el gran Ra se eleva más y más, el cielo se enciende de colores, azul,
lavanda y rosa, naranja y bermellón. Y el pájaro canta más fuerte y emprende su
vuelo, mientras el mundo entero despierta a la promesa y al aliento maravilloso
de la mañana.
Mientras
contemplas esta visión espectacular que ha visto todos los momentos del tiempo,
y la emoción de esta maravilla embriaga todo tu ser, te elevarás con el
entendimiento de que tú eres, en verdad, la vida de Ra. Eres los centinelas
fuertes y silenciosos de la vida, alzándose en el horizonte distante, y eres, en
verdad, los colores del despertar del amanecer, el movimiento de las ramas del
matorral, las gotas de rocío sobre el alféizar de la ventana, y la dulce y suave
melodía de alegría del pájaro de la mañana.
Y el próximo
amanecer que presencies lo contemplarás como He Aquí El Dios Que Yo Soy. Y
estarás embriagado con la majestad y la belleza de todo lo que es, pues ahora
eres uno con la luz, el poder y la continuidad de esta fuerza que no habla con
palabras.
Aprender una
verdad es una cosa; convertirse en ella es otra muy distinta. Pero cuando menos
lo esperes, te alzarás para contemplar tal esplendor en los cielos, y el
conocimiento de esta verdad, a través de la paz del ser, una espléndida mañana
se convertirá en una realidad. Entonces, todas las palabras, la confusión, la
furia, el rechazo del Yo, las complejidades de entender a Dios, la búsqueda, los
libros y los maestros, habrán acabado en silencio, gracias a un profundo
entendimiento que no tiene palabras.
Tu
mañana está llegando... como llegó la
mía.