Sincronicidad
Consideremos la siguiente cadena de
circunstancias... Una joven está de visita con unos amigos cuando, de
repente, todos los que están en la casa notan el olor de una vela apagada.
A pesar de una búsqueda minuciosa por todas las habitaciones, no se
encuentra el origen de este olor y es seguro que no se ha encendido
ninguna vela en la casa ese día. Todos se encuentran especialmente
perplejos por el suceso y especulan sobre lo que puede significar. Más
tarde, esa misma noche, la mujer recibe una llamada telefónica
transatlántica que le notifica que su padre, inesperadamente, está a punto
de someterse a una operación. Pocas semanas después, muere su padre y ella
vuelve a la casa paterna. La mañana del funeral, la joven ve como un gran
cuadro, que sus padres habían recibido como regalo de boda, cae de su
sitio en la pared.
Es claramente absurdo que tales sucesos
puedan tener alguna importancia dentro de un universo mecanicista, porque
todo lo que sucede en dicho mundo ocurre como respuesta a fuerzas
conocidas, actuando según las leyes deterministas que se desarrollan en un
tiempo lineal y que son insensibles a los asuntos humanos. Los sucesos
casuales solamente producen patrones que son fortuitos, y ver significados
en dichos patrones es tan inútil como buscar mensajes en esa interferencia
llamada «nieve» que a veces aparece en una pantalla de televisión. Creer
que determinados sucesos casuales sean una manifestación de algún patrón
fundamental de la naturaleza, o que sean el resultado de un «principio
conector acausal», sería un puro disparate.
Pero ¿cómo se pueden explicar los sucesos
de la vela apagada y el cuadro caído, ya que fueron presenciados por
varias personas? Es como si la joven se hubiese convertido en un nexo en
el que fluyesen sucesos del mundo externo, pasados y futuros, y del que
emergiesen los fenómenos sincrónicos. La enfermedad de su padre y su
muerte final, la reacción afligida de su familia y sus propios
sentimientos parecen haberse envuelto dentro de ella y emergido con el
fenómeno de la vela apagada -antes de que recibiese la llamada
telefónica. Los sucesos que ocurrieron en aquella habitación,
centrándose en el fenómeno de una vela apagada, representan en el
microcosmos el desarrollo del drama de la muerte del padre y el regreso de
la joven a casa de sus padres.
Uno de los ejemplos «clásicos» de la
sincronicidad, relatado por el mismo Carl Jung, trata de una crisis que
ocurrió durante la psicoterapia. La paciente de Jung era una mujer cuyo
planteamiento sumamente racional de la vida dificultaba cualquier forma de
tratamiento. En una ocasión, la mujer relató un sueño en que apareció un
escarabajo dorado. Jung sabía que dicho escarabajo tenía gran significado
para los antiguos egipcios, pues lo consideraban un símbolo del
renacimiento. Mientras hablaba la mujer, el psiquiatra, en su oficina
oscura, oyó un golpe en la ventana situada detrás de él. Descorrió las
cortinas, abrió la ventana, y entró un escarabajo de color verde-dorado,
un Cetonia Aureate. Jung le enseñó «su» escarabajo a la mujer y,
desde aquel momento, la racionalidad excesiva de su paciente quedó
atravesada y las sesiones se volvieron más provechosas.
A pesar de nuestro interés en una visión «científica» de la
naturaleza, tales sucesos ocurren, y mientras es verdad que cualquiera de
ellos se puede tratar como una «coincidencia», esta clase de explicación
tiene poco sentido para la persona que haya experimentado tal
sincronicidad. En efecto, el sentido de estos sucesos es que son
significativos y desempeñan un papel importante en la vida de una
persona. Las sincronicidades son los comodines en la baraja de cartas de
la naturaleza, ya que se niegan a jugar según las reglas y ofrecen un
indicio de que, en nuestra búsqueda de certidumbre con respecto al
universo, es posible que hayamos ignorado algunas pistas vitales. Las
sincronicidades nos retan a construir un puente con un fundamento apoyado
sobre la objetividad de la dura ciencia y el otro, sobre la subjetividad
de los valores personales.