¿De dónde viene
el mal?
Un ermitaño vivía en el bosque sin
tener miedo de las bestias feroces. E ermitaño y las bestias feroces conversaban
juntos y se comprendían. Un día, el ermitaño se estaba tumbado debajo de un
árbol; allí mismo se habían reunido, por pasar la noche, un cuervo, una paloma,
un ciervo y una serpiente, que se pusieron a disertar sobre el origen del
mal en el mundo.
El cuervo decía:
- El mal viene del hambre. Cuando
comes por el hambre que tienes, ensartado arriba de una rama y graznando, todo
te parece risueño, bueno y alegre, pero estate sólo dos días en ayunas y no
tendrás ni ánimo por mirar la naturaleza; te sientes alterado, no estás bien en
ninguna parte, no tienes ni un momento de reposo. Y peor todavía si se te
presenta en frente un pedazo de carne te echas encima sin reflexionar. Lo mismo
da que te den bastonazos y te tiren piedras, o que te persigan los
perros o los lobos, que es cuando se tiene que soltar el pedazo... El
hambre en mata a muchos de los nuestros, así... Todo el mal viene del
hambre.
La paloma decía: - Para mí el mal no viene del hambre.
Todo el mal viene del amor. Si viviéramos aislados no tendríamos que padecer
tanto; al menos estaríamos solos, para sufrir. Pero vivimos siempre en
parejas, y aprecias tanto tu compañera que ya no tienes reposo. Todo el día
piensas: "¿Ha comido?" "¿Está bien abrigada?" Y cuando se te aleja un poco te
encuentras perdido. No te puedes quitar de la cabeza que el halcón se la ha
llevado, o que los hombres la han cogido. Y te pones a buscarla y la pifias
tú mismo, también, en las zarpas de un halcón o en las mallas de una
red. Y si tu compañera se ha perdido ya no comes, no bebes, no haces más que
buscar y llorar... Se mueren muchos, así, entre nosotros. Todo el mal no
viene del hambre; viene del amor.
La serpiente decía: - No, el
mal no viene del hambre ni del amor, sino de la maldad. Si viviéramos
tranquilos, si no nos buscáramos la desazón, todo iría bien, pero si una cosa no
es como nosotros queremos nos alteramos y todo nos hace perder la cabeza.
Sólo pensamos en descargar la rabia sobre alguien y, locos, silbamos, nos
atornillamos e intentamos morder. Y no tenemos piedad de nadie; morderíamos
al padre, a la madre, y el furor acaba por perdernos. Todo el mal viene de la
maldad.
El ciervo decía: - No, no es de la maldad ni del amor ni del
hambre, que viene el mal, sino del miedo. Si pudiéramos no tener miedo todo iría
bien. Tenemos los pies ligeros, cuando corremos, y somos vigorosos. De un animal
pequeño podemos defendernos a golpe de cuernos; de un de grande podemos huir,
pero no podemos dejar de tener miedo. Que se oye crujir una rama en el
bosque, que se mueve una hoja, y acto seguido tiemblas de miedo y el corazón te
empieza a hacer bum-bum, como sí te fuera a saltar del pecho, y te pones a volar
como una flecha. Otras veces es una liebre que pasa, un pájaro que mueve las
alas o una ramita que cae; te ves perseguido por una bestia feroz y
precisamente lo que haces es correr hacia el peligro. Acto seguido, por
evitar un perro, caes sobre un cazador; después, lleno de miedo, corres sin
saber dónde, das un salto y caes dando volteretas por un precipicio
dónde encuentras la muerte. No duermes más que con un ojo, siempre alerta,
siempre asustado. No hay tranquilidad: todo el mal viene del miedo.
Entonces dijo el ermitaño: - No es ni del hambre, ni del amor, ni de
la maldad, ni del miedo, que vienen nuestras desgracias. Es de nosotros mismos,
que viene el mal, puesto que somos quien engendra el hambre, el amor, la maldad
y el miedo. |