Construye tu
destino
Manifiesta tu yo íntimo y realiza tus
aspiraciones
Por
Wayne W. Dyer
¿Cuántas
veces, en un momento de desesperanza o de desconsuelo, te has dicho:
«Necesitaría cambiar, pero soy así y no puedo hacerlo»? Todas esas veces te has
engañado respecto a tu capacidad de actuar sobre tu destino. Porque dentro de ti
tienes el poder para conseguir todo aquello que puedas desear. Para hacerlo, no
tienes más que volcarte en tu interior. Esta obra te enseñará qué tienes que
buscar en él: son sólo nueve principios, nueve pistas que no te convertirán en
alguien nuevo, pero sí que te permitirán aflorar lo mejor que, dormido, tienes
en tu interior. Principios tan sencillos como confiar en ti mismo, reconocerte
en lo que eres y mereces, ser generoso y agradecido, aceptarte como parte de un
todo, lo que hará que tú también seas ese todo. Construye
tu destino no te cambiará la vida. Pero será la indispensable herramienta para que
tú la cambies.
Octavo
principio
Desvincúlate
pacientemente
del resultado
En el séptimo principio, sobre el uso de la
meditación del sonido, resalté la importancia de centrar la atención no en el
resultado y en cómo quieres que se materialice este en tu vida, sino en los
sentimientos que experimentas a medida que manifiestas la imagen de tu deseo. El
octavo principio de la manifestación espiritual se centra en la experiencia de
ese sentimiento. No debes tratar de controlar la manera en que aparece lo que
deseas, ni cuándo.
Durante el tiempo que he enseñado esta
meditación, se me han planteado a menudo preguntas como la siguiente: «Si hago
esta meditación, tal como sugiere, ¿puedo ganar realmente la lotería?». Mi
respuesta es: «¿Cómo te sentirías si ganaras la lotería?». Las respuestas suelen
ser: «Me sentiría bienaventurado, seguro, extasiado, contento». Lo crucial para
activar el octavo principio son precisamente esos sentimientos. Es una ilusión
pensar que necesitas tener algo, como por ejemplo ganar la lotería, para
sentirte bienaventurado, seguro, extasiado o contento.
Manifestar no significa plantear exigencias a
Dios y al universo. Manifestar es una aventura en colaboración en la que tu
intención se alinea con la inteligencia divina. Esa inteligencia está en todas
las cosas y en ti mismo también. No estás separado de aquello que quisieras
manifestar. Eso eres tú y tú eres eso. Existe un único poder en el universo, y
tú estás conectado con él. Pedir que Dios cumpla tu deseo de acuerdo con un
horario y un diseño impuesto por ti, refuerza la idea equivocada de Dios como
una energía separada.
Imaginar que en el universo existe una
inteligencia desprovista de personalidad individual es una forma de empezar a
comprender este octavo principio. Este concepto, insólito y quizá difícil, te
ayudará a comprender mejor el octavo principio.
LA INTELIGENCIA APARTE DE LA
INDIVIDUALIDAD
La mayoría de nosotros creemos que el
reconocimiento de cualquier otro individuo supone que en algún determinado lugar
nuestra individualidad termina y empieza la del otro. Esta creencia forma parte
de nuestro condicionamiento y nos impone muchas limitaciones. Aprendemos desde
muy pequeños que «Yo no soy ese otro, porque soy yo mismo».
Si esta pauta se adscribiera a la mente
universal, tendríamos un Dios que cesa en el punto donde empieza alguna otra
cosa. La palabra «universal» no podría aplicarse entonces porque la energía de
Dios no incluiría todas las cosas. Ser universal y reconocer cualquier cosa como
exterior a uno mismo sería como negar el propio ser. Así pues, la naturaleza de
la inteligencia universal se da en ausencia de personalidad
individual.
El espíritu que lo impregna todo es una fuerza
vital impersonal que da lugar a todo lo manifestado. El espíritu universal
penetra todo el espacio y todo lo manifestado, y nosotros formamos parte de eso.
Es como si nos encontráramos en un océano de vida impersonal e intensamente
inteligente, que lo rodea todo y está en todo, incluidos nosotros mismos. Aunque
has sido condicionado para que creas que es un ser individual, en realidad forma
parte de la gran naturaleza universal, que es infinita en cuanto a sus
posibilidades.
La inteligencia indiferenciada responde cuando
la persona la reconoce. Si crees que el mundo está dirigido por el azar, o por
tus propias exigencias personales, la mente universal te presentará una
mezcolanza de reacciones, sin ningún orden reconocible. No obstante, cuando
dejas de creer que eres una personalidad separada, con inteligencia individual,
empiezas a tener una visión mucho más clara.
Desde la perspectiva de una inteligencia que
es universal e indiferenciada, pregúntate qué supone para ti la relación con
esta mente universal. No puede tener «favoritos» si es verdaderamente la raíz y
el soporte de todo y de todos. Al faltarle individualidad, no puede entrar en
conflicto con los deseos que albergas. Al ser universal, no puede desvincularse
de ti.
Todas estas afirmaciones caracterizan esta
mente que todo lo produce como sensible a ti, una vez que comprendes tu relación
con ella. Este principio universal, que todo lo impregna, tiene en común contigo
la naturaleza. Al solucionar este enigma del ego, adquieres una mayor sabiduría
en relación a tu capacidad para aplicar el octavo principio de la
manifestación.
No puedes agotar lo que es infinito, de modo
que poseerlo significa que tienes la capacidad para diferenciarlo como tu deseo.
Tu tarea consiste en poner lo universal a tu alcance, elevándote para ello al
nivel de aquello que es universal, en lugar de atraer lo universal hasta un
nivel de individualidad mal entendida que esté separada de lo universal. Sólo
necesitas reconocerlo para atraerlo hacia ti, en lugar de pedirle que te
reconozca y te lleve hasta ello. Todo esto puede parecer un tanto confuso,
puesto que los principios que se te han inculcado siempre son otros. Y, sin
embargo, es crucial que lo comprendas, antes de continuar por el camino de la
manifestación.
Reconoce lo universal como una parte de todo
lo que eres, y que todo lo que tú eres se halla indiferenciado de todo lo que
es. Repite continuamente esta nueva conciencia. Debes saber que si no reconoces
lo universal como indiferenciado, se te presentará exactamente de ese modo, como
una masa informe de energía que no puedes alcanzar, como un caos antes que como
un cosmos, y como un sistema en el que te hallas separado de todo aquello que
deseas.
Así pues, elimina de tus deseos todo tipo de
exigencias, y vuelve tu mirada hacia ti mismo, sabiendo que estás atrayendo la
inteligencia universal a tu vida, y que el cómo y el cuándo están en manos de
esa inteligencia, sin juzgar, exigir o insistir en las condiciones de tu
personalidad. El hecho de saberlo es suficiente. Luego, cultiva el poder de la
paciente desvinculación con respecto del resultado.
EL PODER DE LA PACIENCIA
INFINITA
La siguiente frase provocativa se ha tomado de
Curso de milagros: «Quienes están seguros del resultado pueden permitirse
esperar, sin ansiedad». Esa es la característica principal de la paciencia
infinita. La noción de certidumbre y la paciencia van juntas. Al confiar y saber
que se está conectado con esa inteligencia universal que lo provee todo, la
persona sólo tiene que permitirse la virtud de la paciencia. No impone ninguna
restricción temporal a tus manifestaciones y sigue con su vida cotidiana con la
certeza de saber que: «Dispongo de todo el tiempo que necesito, y estoy seguro
del resultado, de modo que permitiré que aparezca a su debido
tiempo».
El secreto de ser paciente está en la
certidumbre del resultado. Cuando esa certidumbre se manifiesta en ti en forma
de confianza y conocimiento, puedes desviar tus pensamientos del resultado
deseado. Sin cólera ni angustia, puedes dirigir entonces tu atención a todas
aquellas tareas que ocupen tu actividad cotidiana.
El hecho de saber y la infinita paciencia te
permiten sentirte tranquilo. Has practicado todos los principios de la
manifestación espiritual, y luego has permitido que el universo se ocupe de los
detalles. Sientes en tu interior que aquello que deseas manifestar ya está ahí,
y el bienestar de saber que ya has sido bendecido con aquello que buscas. En
consecuencia, no experimentas la presión de querer que aparezca
inmediatamente.
Esta bendición interior es una función del
poder de tu paciencia infinita. Más adelante, en Curso de milagros, se
nos recuerda que «la paciencia es natural para el maestro que es Dios. Todo lo
que él ve es un resultado cierto, en un momento quizá desconocido todavía para
él, pero del que no cabe la menor duda». Me encanta esta idea de tener una
certidumbre sobre el resultado y de despreocuparse por los detalles.
Cuando nos sentimos impacientes, nos
devaluamos literalmente a nosotros mismos y nuestra conexión con el divino
Espíritu Santo. La impaciencia supone el fracaso de la confianza en la
inteligencia universal, e implica que nos hallamos separados del espíritu que
todo lo provee. La impaciencia implica que nuestro ego es el dueño del deseo.
Tenemos que abordar y cambiar esta forma de darnos importancia a nosotros
mismos.
Al estar seguro del resultado, al
despreocuparte del cómo y el cuándo, cultivas el poder de la paciencia infinita
y, simultáneamente, te desvinculas del resultado. Una vez que ha tenido lugar
esta desvinculación, puedes ocuparte de asuntos cotidianos, como educar a tus
hijos, dedicarte a tu trabajo o formación, meditar y comulgar con Dios, y
limitarte a observar pacientemente. La paciencia es algo espontáneo cuando se
confía en la unicidad de la inteligencia universal.
Una de las formas de desarrollar la paciencia
consiste en contemplar lo paciente que ha sido Dios contigo. Cuando pasaste por
momentos de negación, de ensimismamiento, de autocrítica o de odio, Dios se
mostró infinitamente paciente. Dios no te reprende o te castiga cuando te
apartas del camino sagrado, y tampoco te abandona. Esa es la clase de paciencia
que deberías desarrollar.
La paciencia infinita es una señal de
confianza y exige de un amor infinito para producir resultados en tu vida. Al
desprenderte de la impaciencia, te alineas con la fuerza de Dios, y desaparece
la angustia de pensar en todo lo que falta en tu vida. Cuando se apodera de ti
la impaciencia basada en el temor, pierdes tu yo infinito y te conviertes de
nuevo en sujeto del ego, que no tiene paciencia alguna con nada que se refiera a
la infinitud.
El ego desea lo que desea, y lo quiere ahora.
Si no se ve satisfecho, te convencerá de que este mundo está podrido y de que no
puedes confiar en nada más que en tu yo diferenciado, aun cuando haya sido ese
yo el que ha producido las sensaciones de carencia. Si satisfaces al ego, al día
siguiente aparecerá una nueva lista de exigencias. El nivel de angustia
aumentará mientras te dediques a satisfacer estas nuevas demandas. Y esa
situación se prolongará mientras permitas que el ego se haga cargo de tu
vida.
Pero al reconocer la conexión entre tu yo
infinito y la fuerza de Dios, sabrás que Dios ha sido paciente contigo, al
margen de lo mucho que hayas tardado en comprenderlo, al margen de lo lejos que
hayas llegado en tu búsqueda y de lo mucho que te hayas negado a
escuchar.
La paciencia infinita producirá resultados
casi inmediatos en tu vida. Alcanzas la libertad cuando eliminas la necesidad de
tener lo que quieres ahora, con la seguridad de que en realidad ya lo tienes,
aunque aún no se haya presentado en tu entorno inmediato tal como te gustaría.
Como persona infinitamente paciente sabes que ya estás allí donde querrías
estar, que no hay accidentes, y que todo aquello que parece faltar no es más que
una ilusión perpetrada por tu ego.
Con esta conciencia, la impaciencia desaparece
y dejas de buscar resultados a tu meditación de la manifestación. Diriges tus
pensamientos hacia los asuntos cotidianos de tu vida, sabiendo que no estás
solo. Tu paciencia te permite apreciar en silencio todo aquello que se ha
manifestado en tu vida. Esta práctica de paciente desvinculación del resultado
es un concepto extraño para aquellos de nosotros a quienes se ha enseñado que
los objetivos, los símbolos del éxito y la acumulación de méritos son formas de
sentirse importantes y de encajar en nuestra cultura. Has alcanzado la paz con
tu infinita paciencia y la paz es precisamente lo que trae la
iluminación.
A continuación se ofrece una guía para vivir con la aparente
paradoja de intentar manifestar algo en tu vida, desvinculándote al mismo tiempo
del cuándo y el cómo aparecerá.
Este es un Servicio del Centro Escuela Claridad (www.escuelaclaridad.com.ar)
a través de su Red Unión Global de Luz. Boletín editado y distribuido por Juan
Angel Moliterni (claridad@argentina.com).
Alentamos a todos a redistribuir, sin fines de lucro, por vía electrónica,
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